25.1.14

Baladí de Giuseppe Giovalperdi.

Giuseppe Giovalperdi no era un actor cualquiera, o visto de otro modo tal vez era como todos los demás; Giuseppe soñaba con interpretar a los grandes personajes, pero siempre le tocaba hacer el papel de arbusto.

Giovalperdi veía todas esas caras en penumbra desde el fondo del escenario, esas sonrisas, esas lágrimas… pero él no era más que una planta con un disfraz de actor, no era más que un espectador de espectadores.

Caminaba cabizbajo Giuseppe Giovalperdi por la rúa, royendo cada paso con las manos en los bolsillos, cuando pateó una lata aplastada que se amasaba contra el suelo. Así fue como Giuseppe empezó a trabajar en el Circo.

Salvo por el pestazo a cacahuete y el dormir en un lecho de paja, Giuseppe nunca había sido tan feliz. Bajo los funambulistas flotando en aristas y los malabares haciendo que todo oscilase y diese vueltas, bestias y volteretas, llamaradas y flores que escupen agua, un oso, palomitas…

Seguramente a nadie le suene el nombre de Giovalperdi, pues ciertamente no hizo nada de lo que se dice importante o trascendente. Canturreaba a los asistentes la cifra de su asiento mientras rasgaba con un ágil movimiento de muñeca practicado una esquina de cada entrada y sonreía con sus labios maquillados.


A Giuseppe Giovalperdi, como tantos otros antes y tantos más después, le pesaba el mundo. No es que lo odiara, ni mucho menos. Todo lo contrario. A veces se hace raro el existir; no es más que eso. Y Giuseppe sólo quería soñar, lo que nos pasa a todos.  

Pablo Picasso.

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