Giuseppe Giovalperdi no era un actor cualquiera, o visto de
otro modo tal vez era como todos los demás; Giuseppe soñaba con interpretar a
los grandes personajes, pero siempre le tocaba hacer el papel de arbusto.
Giovalperdi veía todas esas caras en penumbra desde el fondo del
escenario, esas sonrisas, esas lágrimas… pero él no era más que una planta con
un disfraz de actor, no era más que un espectador de espectadores.
Caminaba cabizbajo Giuseppe Giovalperdi por la rúa, royendo
cada paso con las manos en los bolsillos, cuando pateó una lata aplastada que
se amasaba contra el suelo. Así fue como Giuseppe empezó a trabajar en el
Circo.
Salvo por el pestazo a cacahuete y el dormir en un lecho de
paja, Giuseppe nunca había sido tan feliz. Bajo los funambulistas flotando en
aristas y los malabares haciendo que todo oscilase y diese vueltas, bestias y
volteretas, llamaradas y flores que escupen agua, un oso, palomitas…
Seguramente a nadie le suene el nombre de Giovalperdi, pues
ciertamente no hizo nada de lo que se dice importante o trascendente. Canturreaba
a los asistentes la cifra de su asiento mientras rasgaba con un ágil movimiento
de muñeca practicado una esquina de cada entrada y sonreía con sus labios
maquillados.
A Giuseppe Giovalperdi, como tantos otros antes y tantos más
después, le pesaba el mundo. No es que lo odiara, ni mucho menos. Todo lo
contrario. A veces se hace raro el existir; no es más que eso. Y Giuseppe sólo
quería soñar, lo que nos pasa a todos.
Pablo Picasso. |
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