La otra tarde estaba yo mirando a
las palomas mientras las sombras se nos ponían largas, e hice un gesto a Bo con
la mano estirada para pedirle otro papel. —Te advierto —dijo con una profunda
voz— que esto que te ofrezco tiene, al menos, una pega—. Agarré la mortalha y pensé en mi papel, en quién
es quién, en qué pantalla. Me vi tiritando y siendo títere de un guión y eso no
me gustó nada. Elegí una butaca y me puse a mirar, pero apenas se entendía nada
entre acto y acto y, aburrido y con el culo dormido, regresé a las palomas y al
tabaco de estraperlo desmigajándose entre mis dedos. —Dame otro —apunté—, que
se me voló—. Me lo alcanzó, lo extendí, y lo lié con destreza para terminar
lamiendo la única pega. Y entonces lo entendí, lo encendí, —Bo —tosí—, este
papel es perfecto—.
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