1.4.17

De los panmuflones.

Los panmuflones son una suerte de deimones farsantes. Habitan los nudos de los robles, aledaños a los senderos, esperando a cualquier caminante distraído que pudiera pasar por ahí. Estos seres fatuos poseen la capacidad de transfigurarse en cabra, piedra o doncella a placer; y usan esta habilidad para despistar a los viajeros y hacer que éstos tropiecen varias veces y se extravíen sin remedio.

Por lo que se sabe, se alimentan de bellotas y ramas secas, tal vez mascan hojas de helecho y pequeños roedores, y, para saciar la sed, les basta con lamer con su lengua púrpura los líquenes de las rocas o un terrón de musgo húmedo. 

Dicen antiguas leyendas epirotas que descienden todos de una siringa, olvidada por los dioses, que fue a enraizarse un día lluvioso en un charco de fango. Desde entonces, han tomado por costumbre indicar siempre el camino más largo cuando alguien les pregunta y rasgar con una uña afilada los bultos del equipaje para que se pierdan las vituallas.

Se cree que se asustan de los caballos y las cornucopias; sin embargo, guardan un pacto ancestral con los burdéganos y éstos hacen la vez de espías entre los hombres y conjuran contra los bípedos en su lenguaje de roznidos.  

Su anatomía, dada su mutabilidad, es, en términos científicos, tan dispersa como inmediata. A menudo se puede hallar relación entre las particularidades del paisaje y la forma con la que un panmuflón se presenta. Pastores de la zona pantanosa de Gobhar, en la Irlanda continental, afirman que suelen verse antes del ocaso, flotando en la superficie de los remansos de agua como una llama verde sin vapor. Por el contrario, granjeros del macizo cristalino de Pohorje, aseguran que se asemejan a carneros pardos de trescientos kilos que andan encorvados, sobre sus ancas de rodillas invertidas, y cuyas falanges son largas y afiladas como las de un arácnido.

La población autóctona de la costa del sur de Breizh, asegura que el único modo de burlar a un panmuflón es caminar de espaldas siguiendo las briznas de hierba que dejan las ruedas de los carros en medio de la senda. Esta peculiar práctica ha caído en desuso, quizá debido a la asimilación de la cultura accidental; sin embargo, aún se tiene constancia de regiones transfronterizas en el entorno del Karnali en las que se sigue transitando a pie con la vista fija en el lugar que se abandona y siguiendo el rumbo de los propios talones. Hay quien dice que así ha de caminar aquel que camina sin miedo. Otros, fieles al mestizaje de las tradiciones, mantienen la premisa de que para encontrarse es irremediablemente necesario perderse primero, por lo que, de algún modo, los panmuflones son deificados como santos bromistas paladines de la deriva.


                Después de todo, quién sabe.


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