Los panmuflones son una suerte de
deimones farsantes. Habitan los nudos de los robles, aledaños a los senderos,
esperando a cualquier caminante distraído que pudiera pasar por ahí. Estos
seres fatuos poseen la capacidad de transfigurarse en cabra, piedra o doncella
a placer; y usan esta habilidad para despistar a los viajeros y hacer que éstos
tropiecen varias veces y se extravíen sin remedio.
Por lo que se sabe, se alimentan
de bellotas y ramas secas, tal vez mascan hojas de helecho y pequeños roedores,
y, para saciar la sed, les basta con lamer con su lengua púrpura los líquenes de
las rocas o un terrón de musgo húmedo.
Dicen antiguas leyendas epirotas
que descienden todos de una siringa, olvidada por los dioses, que fue a
enraizarse un día lluvioso en un charco de fango. Desde entonces, han tomado
por costumbre indicar siempre el camino más largo cuando alguien les pregunta y
rasgar con una uña afilada los bultos del equipaje para que se pierdan las
vituallas.
Se cree que se asustan de los
caballos y las cornucopias; sin embargo, guardan un pacto ancestral con los
burdéganos y éstos hacen la vez de espías entre los hombres y conjuran contra
los bípedos en su lenguaje de roznidos.
Su anatomía, dada su mutabilidad,
es, en términos científicos, tan dispersa como inmediata. A menudo se puede
hallar relación entre las particularidades del paisaje y la forma con la que un
panmuflón se presenta. Pastores de la zona pantanosa de Gobhar, en la Irlanda
continental, afirman que suelen verse antes del ocaso, flotando en la
superficie de los remansos de agua como una llama verde sin vapor. Por el
contrario, granjeros del macizo cristalino de Pohorje, aseguran que se asemejan
a carneros pardos de trescientos kilos que andan encorvados, sobre sus ancas de
rodillas invertidas, y cuyas falanges son largas y afiladas como las de un arácnido.
La población autóctona de la
costa del sur de Breizh, asegura que el único modo de burlar a un panmuflón es
caminar de espaldas siguiendo las briznas de hierba que dejan las ruedas de los
carros en medio de la senda. Esta peculiar práctica ha caído en desuso, quizá
debido a la asimilación de la cultura accidental; sin embargo, aún se tiene
constancia de regiones transfronterizas en el entorno del Karnali en las que se
sigue transitando a pie con la vista fija en el lugar que se abandona y
siguiendo el rumbo de los propios talones. Hay quien dice que así ha de caminar
aquel que camina sin miedo. Otros, fieles al mestizaje de las tradiciones, mantienen la premisa de que para
encontrarse es irremediablemente necesario perderse primero, por lo que, de
algún modo, los panmuflones son deificados como santos bromistas paladines de
la deriva.
Después
de todo, quién sabe.
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