En una habitación de
albergue transitorio del Casino Felice,
se sobreentiende que de forma simultánea a aquello acontecido en las cocinas.
Steve Buscemi yace con una puta en una cama sin dosel, semicubiertos por las
sábanas, dejando a la vista los pezones de ella y no los de él. Ella fuma, él
tiene un ojo en blanco y el otro fijo en el vértice opuesto del techo con la
pared.
STEVE BUSCEMI: No doy propina.
PUTA: ¿Perdona?
STEVE BUSCEMI: No te ofendas, pero no creo en eso. Ha estado bien y tal,
pero tampoco ha sido espectacular. Además, es tu trabajo. Si tienes problemas
para pagar tus gastos aprende a escribir a máquina.
PUTA: Imbécil. Sólo te he pedido que me acercaras el cenicero, pedazo de
mierda. Anda, termina tu jodida historia y lárgate de aquí.
STEVE BUSCEMI: Ni lo sueñes, muñeca; la que se va a largar cuando termine
mi jodida historia vas a ser tú. Yo he pagado por esta pieza hasta el desayuno.
PUTA: Pues entonces termina tu jodida historia y deja que me largue de
aquí.
STEVE BUSCEMI: Bien, ¿por dónde iba?
PUTA: La alpaca de Notre Dame.
STEVE BUSCEMI: ¡Cierto! Pues eso, que los productores se obcecaron con
meter una escena de ascensor, y ya sabes lo difícil que resulta rodar una
escena así. A mí no me importa, yo soy actor; interpreto. Pero es un engorro
para el resto del equipo, por no decir que te cargas todo el rollo de la
verosimilitud, tratándose de una tragicomedia de corte humanista ambientada en
el medievo francés tardío. Pero vamos, que yo soy actor y de eso no opino.
Total, que todo terminó con una serie de cambios en el guion, por orden directa
de los de arriba (no preguntes), entre los que se incluía una nueva escena en
la que yo, o, bueno, mi personaje, moría precipitado por las escaleras. Hasta
ahí todo bien, no me importa morir, si pagan bien. El caso es que,
curiosamente, rodamos los interiores de esta escena en la sinagoga de
Estrasburgo, y, como no había presupuesto para un doble de riesgo especialista
en caídas por la escalera, y también debido a mi fama, eso que dicen de que se
me da estupendamente el morirme, pues los productores decidieron que yo mismo
debía tirarme escaleras abajo cosa de cuatro tramos o por ahí. Y así lo hice,
por supuesto, y es que no pagaban mal, nada mal, desde luego. La historia,
después de todo, es que así es como me rompí este diente y medio.
PUTA: ¿Y cómo te rompes diente y medio?
STEVE BUSCEMI: Pues eso te estoy diciendo; me tiré por las escaleras de la
sinagoga de Estrasburgo.
PUTA: Me refiero a cómo es posible romperse medio diente. Está claro que
cualquiera se puede partir un diente, pasando así a convertirse en medio
diente, por un lado, aún en la encía, y en un pedazo de diente, por otro, que
es el trozo desprendido de la cavidad bucal. Por lo que no es posible romperse
un diente y medio, como dices.
STEVE BUSCEMI: A no ser que ya me hubiera partido un diente antes.
PUTA: Ahí sí.
STEVE BUSCEMI: Pues esa es otra historia, y si quieres oírla vas a tener
que darme propina tú a mí.
PUTA: Vale. Que te jodan.
La puta abandona la
pieza y Steve Buscemi mira con un ojo al quicio de la puerta y con el otro al
hueco en el colchón que alberga la ausencia de ella. Se queda así un rato sin
pestañear siquiera y, de súbito, se queda dormido y empieza a roncar como ronca
Steve Buscemi.
(ELIPSIS, la
misma de antes, aunque distinta concubina)
De debajo de las
sábanas, Steve Buscemi emerge transfigurado en un terrible y monstruoso
insecto. Una suerte de exoesqueleto rollo Gregorio Samsa, pero con la cara de
Steve Buscemi, y con antenas, y patas, y un gonopodio de once centímetros, algo
espantoso.
STEVE BUSCEMI: ¡Uuuurrrgh! (grito
desgarrador)
Y se escabulle reptando
por el conducto de ventilación.
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