20.12.12

Capítulo XXX (Parte III).

(...) (...)

Leí en braille las luces de los edificios en la noche y disfruté de cada paso, ora a la sombra ora a la luz —según cada farola—. Subí tranquilamente las escaleras cuyos crujidos ahora parecían más bien susurros, y me recosté en el colchón.

No tardé en ver zetas de colores flotando sobre mí. Salían como un tenue vapor de mi sesera, para crecer y seguidamente diluirse en la pálida luz de la luna que entraba por la ventana.

Soñé que era completamente cóncavo, como si todo el Universo se hubiera vuelto entero del revés, como si yo fuera el centro del mismo. Me gusta llamarlo antivolumen, y podría explicarlo, de veras, pero recuerda que ahora estoy dormido y tal vez sólo sea un sueño. No sé hasta qué punto.

Después soñé que estaba dentro de una gran carpa de circo pintada a rallas rojas y azules con manchas púrpuras que parecían huellas de pies. Todo aquello era un caos de osos disfrazados bailando sobre pelotas inmensas, payasos haciendo monerías, monos haciendo payasadas, malabaristas, funambulistas y demás personajes circenses. El bullicio era atronador, y como era un sueño y en verdad no sabía qué hacía ahí, le pregunté a un bufón que estaba cerca de mí que qué diantres estaba pasando. Pensé que no me había oído, pues yo mismo había escuchado mi voz algo extraña, pero pronto me miró y me dijo:

El hombre de mimbre, que sólo se alimenta de membrillo, vive con miedo a moverse por si quiebra.
—¿Cómo? —grité yo, casi sin oír mi propia voz.
Siempre abre el libro y vibra si suena algún timbre —me pareció entender.
¡No le entiendo! —grité entonces.
Pues así nunca será del todo libre, el hombre de mimbre.
¡Que no le entiendo! —volví a gritar.
¿Es el calvo un esclavo? ¿O sólo un clavo en un establo? —preguntó, o eso creo.


No hay comentarios: