19.10.14

De un punto.

Me pillé distraído y me pregunté: ¿Por qué se llamará punto de fuga si es el único lugar hacia el que todas las líneas se han puesto de acuerdo en converger? Todo es cuestión de perspectiva, supongo, pues no hace falta más que dar un paso a un lado y este punto desaparece para que surja uno nuevo. Si hablamos de arquitectura, no soy más que un tonto cualquiera, pero así con todo. Me pesan las pestañas, y aún más con las legañas de la mañana o hasta por la noche cuando incluso a la luna le entra el sueño, por no decir que solamente me he visto el agujero del culo una vez, curioseando con un espejo. Así que, ¿en qué quedamos, nos vamos a o nos fugamos de? Porque hablar de círculos a estas alturas ya está un tanto trillado, aunque sean bien redondos. Más bien son símbolos de infinito deformes como sendos goliardos caminando tras la tercera guaza del martes o tal vez seamos almas endebles pidiendo a gritos un poco de silencio. Yo sé más bien nada, eso llevo tiempo diciéndolo, y me limito a dejar migas de pan por donde paso. Yo qué sé si ye pa que me siga algún que otro pájaro o para poder encontrar el camino a casa, que está dónde. Nada de todo esto importa demasiado. Lo poco que importa, y disculpadme si me he vuelto un místico bastardo, es adivinar lo que importa. En esto, como tantos otros, tampoco estoy muy cierto. Pero, en lo que respecta a la arquitectura, sí sé que no se trata únicamente de levantar cosas, también hay que saber escarbar, y de tal modo que la estructura en cuestión no se tambalee o se hunda, a no ser, claro está, que éstos sean sus propósitos. He construido unos cuantos castillos de naipes y también en la arena, aunque no quede ya ninguno que pueda mostrar; pero si una cosa es cierta, es que soy todo un as confeccionando pajaritas de papel y ya más de una, contagiada por mis dedos, se fue volando buscando ese puto punto.

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