21.10.14

Me pica la nariz.

El túnel exhaló como un dragón ronco y un par de ojos brillantes aparecieron al fondo, anunciando con un chirrido la llegada del próximo tren. Recogí del suelo el pesado paquete lleno de yo qué sé que me habían encomendado y esperé a que las puertas se abrieran, pero nadie se decidía a salir de ese vagón, así que, con un esfuerzo nada desdeñable, avancé hasta el siguiente para poder entrar.

De este segundo coche se habían apeado un par de viajeros pero, aún así, parecía estar más lleno que el anterior; ni siquiera sé cómo pude ser capaz de hacerme con un hueco entre tantísima gente con tan fastidioso bulto entre los brazos.

Sonó un silbato y enseguida nos vimos aún más embutidos unos contra otros debido al apresurado bamboleo del tren en cada curva. Pisé un par de pies al no tener manos con las que agarrarme a nada, y algunos otros, vengativos, pisaron los míos con cierto descuido mal disimulado. Eso no fue lo peor: En algún momento entre aquí y allá, empezó a picarme la nariz.

Miré a los lados sin saber qué hacer, buscando quizá algún sitio donde posar el paquete pero ni alcanzaba a ver el suelo. Levanté una rodilla con la esperanza de que me sirviera de apoyo, pronto perdí el equilibrio y fui a parar directo a un sobaco cualquiera con toda la cara. Intenté soplar hacia arriba, procurando acertar al punto exacto de mis picores y no hice más que escupirme en un ojo, incluso traté de rascarme con los hombros y ni con esas conseguía aliviarme. Escruté los habitantes del vagón, ansiando encontrar una cara conocida a la que solicitar tratamiento, mas aquí cada uno va a la suya, con la mirada perdida, esperando llegar a su destino.

Y por fin, después de tropecientas estaciones y sendos estados de desesperación catatónica, llegué a mi parada;  me dispuse a salir con tanta premura que no presté atención a los avisos por megafonía que advertían de que se trataba de una estación en curva, introduciendo así, de la forma más ridícula imaginable, el pie entre coche y andén. Trastabillé como bailando la tarantela y terminé por caerme de bruces con la cara contra el paquete.


Me rompí la nariz aquel día y, con todo, no pude evitar esbozar una sonrisa por haberme librado de aquel maldito picor de una vez, ni que decir tiene.

No hay comentarios: