¿Dónde está el pez? Apesta bajo
la mesa, pero no está ahí, ya he mirado. Huele a asesinato de un pedazo del
ser, a mala suerte, a culpa. Hay una mosca en cada sopa y los lagartos escapan
del terrario con la parsimonia de un grifo que gotea herrumbre y cal. Rostros de
porcelana me miran así de pálidos y la urraca sobre la estantería parece haber
sido disecada por un taxidermista daltónico. Había un retrato en la pared de un
tipo de espaldas y aquello era porque el pintor no sabía dibujar narices debido
a otro trauma de la infancia ¿Dónde está el pez, si de todas formas las nucas
se le daban de fábula? Bajo la alfombra de piel de dálmata se aprecian quizá cúmulos
de polvo, pero del pez ni idea, y hasta el ruido de los electrodomésticos está
averiado y el silencio suena turbio y frío como el café derramado sobre el mantel.
Los párpados de la ventana lucen aún las huellas de los dedos de un ancestro extraviado
que un buen día empezó a arrancarse una costra en la rodilla y, cuando quiso
darse cuenta, se había quedado sin cuatro capas de pellejo y con aún menos
vergüenza. En esas no hay botón que te libre, como cuando te precipitas por el
hueco del ascensor o te quedas sin semillas ¿Y el pez? Que cuando trato de
encontrarlo, ahí mismo aparece otra cosa. La otra noche, sin ir más lejos, le
hicieron la cesárea al gallo de la familia y le extrajeron una fiebre taciturna
y tramposa con las manos húmedas y ladrillos en los bolsillos; después hicieron
caldo con los restos y de ahí vienen las moscas. Pero más tarde, cuando se hizo
pronto, el cirujano licuó un puñado de glándulas que tomé sin pan ni nada y
aquello me quemó en la boca del estómago y la boca misma protestó mascullando
que para qué. Y es que las propias tripas nuestras nos ven como fetichistas de
los lazos en el cuello, que cuando no nos visten las corbatas nos subimos al
cadalso. Que por la noche, antes de dormir, guardamos los globos oculares en
tarros de aguardiente sin darnos cuenta de que es justo cuando más los
necesitamos, que corremos las cortinas cuando amanece y apartamos las arañas de
las esquinas sin saber que lo que hacían era tejer la bufanda que nos arroparía
la tormenta del martes siguiente y así nos quedamos con los calcetines llenos
de agujeros y desoyendo la voz que nos insta a que afinemos. A todo esto... ¿Dónde
está el pez?
Ralph Steadman |
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