15.6.15

Togegoboge.

¿Dónde está el pez? Apesta bajo la mesa, pero no está ahí, ya he mirado. Huele a asesinato de un pedazo del ser, a mala suerte, a culpa. Hay una mosca en cada sopa y los lagartos escapan del terrario con la parsimonia de un grifo que gotea herrumbre y cal. Rostros de porcelana me miran así de pálidos y la urraca sobre la estantería parece haber sido disecada por un taxidermista daltónico. Había un retrato en la pared de un tipo de espaldas y aquello era porque el pintor no sabía dibujar narices debido a otro trauma de la infancia ¿Dónde está el pez, si de todas formas las nucas se le daban de fábula? Bajo la alfombra de piel de dálmata se aprecian quizá cúmulos de polvo, pero del pez ni idea, y hasta el ruido de los electrodomésticos está averiado y el silencio suena turbio y frío como el café derramado sobre el mantel. Los párpados de la ventana lucen aún las huellas de los dedos de un ancestro extraviado que un buen día empezó a arrancarse una costra en la rodilla y, cuando quiso darse cuenta, se había quedado sin cuatro capas de pellejo y con aún menos vergüenza. En esas no hay botón que te libre, como cuando te precipitas por el hueco del ascensor o te quedas sin semillas ¿Y el pez? Que cuando trato de encontrarlo, ahí mismo aparece otra cosa. La otra noche, sin ir más lejos, le hicieron la cesárea al gallo de la familia y le extrajeron una fiebre taciturna y tramposa con las manos húmedas y ladrillos en los bolsillos; después hicieron caldo con los restos y de ahí vienen las moscas. Pero más tarde, cuando se hizo pronto, el cirujano licuó un puñado de glándulas que tomé sin pan ni nada y aquello me quemó en la boca del estómago y la boca misma protestó mascullando que para qué. Y es que las propias tripas nuestras nos ven como fetichistas de los lazos en el cuello, que cuando no nos visten las corbatas nos subimos al cadalso. Que por la noche, antes de dormir, guardamos los globos oculares en tarros de aguardiente sin darnos cuenta de que es justo cuando más los necesitamos, que corremos las cortinas cuando amanece y apartamos las arañas de las esquinas sin saber que lo que hacían era tejer la bufanda que nos arroparía la tormenta del martes siguiente y así nos quedamos con los calcetines llenos de agujeros y desoyendo la voz que nos insta a que afinemos. A todo esto... ¿Dónde está el pez?

Ralph Steadman

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