25.3.22

El Chorro Musical

Es miércoles cientos noventa y pico en el decadente y bien poco lustroso barrio de Koboldo. Nos encontramos —esto es mi plural mayestático y vuestro humilde narrador mismo, aquí presente— apuntalados de cualquier manera en la grasienta barra del Pancró, compartiendo una cerveza Amarillo sin espuma y masticando las sobras de alpiste que dejara el pretérito ocupante del taburete, allá por el martes. Sin más.

Afuera ocurre entonces un fenómeno meteoro y lógico del todo inusual y exclusivo, y es que una serie de nubarrones obscuros como patada de monja vinieron a agruparse en una suerte de conglomerado de condensación homeostática y justo sucede, tras el relámpago-centella con su tronar reglamentario que todos conocemos, una única lluvia momentánea y sólida, como si todo el diluvio coagulado en una sola gota gorda y obesa cayera de golpe y porrazo. Y ya.

Todo esto puede, quizás, resultar del todo interesantísimo para cualquier lector medianamente distraído que pueda toparse con este pasaje; pero la historia que ciertamente nos atañe es diametralmente opuesta e incluso, si me lo permiten, un tanto más vulgar.

Dice así:

Un quídam nefasto e imperecedero, pero cualquiera, entra en el peor baño de Escocia. De este personaje no conocemos ni su nombre, ni su aspecto, ni su religión o afiliación política y, ni que decir tiene, tampoco nos interesa. Lo único que nos interesa de su mera existencia es que, en este mismo instante que miserablemente tratamos de relatar, agarra con su índice y su pólice oponible el medallón de la cremallera de su bragueta, lo baja todo ello con un rasgueo de lo más melódico, y del interior de la bragadura extrae un pene semierecto de lo más genérico y superestándar.

Inmediatamente pasa que, del mismísimo extremo del rosado glande, esa especie de abertura, ese guiño, esa brecha bondadosa conocida modestamente como meato, emerge un chorrazo dorado con brillo propio y refulgente, un hilo oropelado de aroma acre, agrio y avinagrado. Un auténtico manantial aeropónico y parabólico confirmando prácticamente todas las reglas y conformidades de la física moderna.

A esta profusión líquida, en cuanto a su colisión con la superficie porcelanoidea preparada ad hoc para tal acto (contingente y necesario), la denominaremos de aquí en adelante como Chorro Musical.

               El quídam en cuestión está orinando. No es nada particular, todos nos hemos visto en esa al menos una vez en la vida, o ninguna. El quídam mea y se dice: “Uf, por fin que meo”. Y a continuación dice: “Y, también te digo, que te agradezco que te vayas de mí, porque ya no te aguantaba. Que saciaste mi sed antaño, hace un rato, pero que ya no te necesito. Estuvo bien y tal, no me tomes como un malaje… pero tú y yo sabíamos que esto no era más que un tránsito momentáneo, un filtrar de nefrona y ciao. Que tú no eres sino al desprenderte de mí, y yo sin ti no soy nada más que un quídam”. Esto último se lo dice al Chorro Musical.

               Mientras tantísimo, el Chorro Musical sigue manando, esculpiendo una ojiva broncínea y fulgurante como levitando sobre el váter y alrededor.

               El quídam continúa a lo suyo: “Lo interesante de nuestra concomitancia es que, pragmáticamente, subyace en la huida o «volo e fuga» del uno para con el otro. Y eso me inspira varios dilemas ontológicos y ciertos delirios derivados que ni por asomo estoy dispuesto a manifestar por aquí. Pero una cosa es segura: Las sepias son expertas en la sagaz sutileza del camuflaje”.

               El tintineo de la cascada miccinoica templa unos armónicos que ni la misma Euterpe en su primer álbum. Salpica el suelo y parte de la pared. Entra en comunión con el charco de las meadas ancestrales.

               En eso que el quídam sigue: “Lo que vengo a decirte, así en confianza, es que no sé qué se viene a continuación. Tú dejarás de fluir algún día, y te irás por el desagüe, al mar o donde fuere. Y yo me quedaré aquí mismo, con la pija en la mano y sin mear, y… mierda, ¿y qué será de mí entonces?”.

               El Chorro Musical mantiene su acorde prolongado e impertérrito. Un trémolo acuoso con algo de arena. Durante un rato.

               Alguien llama a la puerta.

               El quídam, ahora en voz alta: “¡Ocupado!”.

               El Chorro Musical se desvía de su trayectoria practicando una suerte de clinamen, anegando el suelo de un húmedo amarillo mostaza pollo curry.

                ¿Por dónde íbamos? ¡Ah, sí! El quídam trata de enderezarse y recuperar la perpendicular, el Chorro Musical rezuma caudal como un Orinoco orinado, el quídam piensa para sí: “¿Qué son estos malditos animales?”.

               Y es entonces cuando sucede.

[A PARTIR DE AQUÍ LA VOZ DEL NARRADOR SE VUELVE UN 17% MÁS DRAMÁTICA Y SOBREACTUADA]

               Una anomalía gravitacional posgenital, debido a pequeñas variaciones, provoca que —nadie sabe muy bien por qué— el genuino e indivisible Chorro Musical se separe en dos (¡2!) Chorros Musicales, un auténtico doppelgänger de la naturaleza en ambas direcciones, un redoble de fluido percutido en todo el puto suelo y mientras tanto llaman a la puerta a puñetadas y patazos y, con las mismas, el quídam: “¡Ocupado!”.

Total, que aquí seguimos esperando por mear.

Adriaen van Ostade
Adriaen van Ostade

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