24.
Esta vez no
cogí mi mochila, solo un puñado de revistas literarias y mis pantalones cortos
caqui. Lucía el sol ahí en lo alto, pero soplaba una fría brisa —No cogeré
abrigo, pensé, no estaré fuera más de diez minutos —Puse mis pasos en marcha para abandonar mi
tierno país subterráneo, el país del fútbol y las guerras sin víctimas, el país
de los platos sucios y las botellas vacías —En la pequeña campiña de rocosos arcos,
las pequeñas flechas indignadas se mezclaban con trajeadas plumas de
celebración (la primera de las que vería en el resto del día). La espera no
duró, otros quizá dirán que sí, pero lo cierto es que fue cuando menos amena.
Preveía una entrega fulminante, pero fue acompañada de cartas de invitación y
cajeros apagados que aceptaban la oferta. Un perro me saludó en el camino, su
dueña no, no la conocía, al perro creo que tampoco… El grito con las peores
tapas de la comarca estaba cerrado, así que nos dirigimos al santuario de los
platos de champiñones y la caña y el mosto, y hablamos de Asimov y de Auxley,
de Hesse y Tólstoi, de Cohelo y de Auster; todo para escapar yo de la fría
cultura con excusas premeditadas e inocentes —Me sentía a gusto a pesar de las libélulas
lobo, que me siguieron a lo largo del día, por cierto, y que cada vez
soportaría con mayor indiferencia —El camino es corto y fácil, nos dijeron,
pero nos paramos a pelar naranjas con los pies colgando admirando el silencio
urbano y el sosegado vuelo de las cigüeñas. No queremos eso, un destino cómodo,
queremos caminos tortuosos y enzarzados, queremos inseguridad, no certeza;
Buscamos la cura secreta de los sioux, no nos lo pusieron fácil, pero tras
muchos pinchazos y arañas invisibles, encontramos la negra y arrugada semilla —Un
mar de asfaltos corría ladera abajo hasta las doradas dunas. Cavé ahí la tumba
de una de las semillas que antes había recolectado, le deseamos suerte —Inventamos
combinaciones de palabras sobre el puente, y una anglosajona nos indicó que
nuestro templario destino se hallaba al final de la calle, siguiendo el río, a
la dererecha. Y nos sentamos a reír con la nueva palabra, sonrientes como mis
calcetines de colores, siguiendo nuestra ruta a través del zoo de niño —El
dinero custodia la puerta una vez más, pero yo me conformo con sentarme en
el viejo peldaño a la luz del oblicuo foco sobre el reino. Tumbas cavadas en
piedra, también de niños o tal vez de enanos… las cuevas antaño templos paganos
ahora rinden culto a la santa litrona y las gafas de sol. Pero preferirnos
tumbarnos en la árida pradera soñando con ser nubes, con ser piedras… —Todo
fluyó después en la verde ribera con paseantes portadores de la libertad y
algún perro y algún niño, pavos reales, palomas, gorriones, más cigüeñas, antiguos
pasadizos, balcones de princesas, lombrices, mosquitos, piedras saltarinas
dibujando hondas, piedras musicales, música del agua, ramos de flores
bañándose, ceniceros arcaicos… —Cruzamos el río saltando de roca en roca y
atravesamos el bucólico sendero hasta el campo del almendro y el perfume, y las
angulosas calles de coches aparcando y repetidas celebraciones —Y llegamos a
una nueva época, la época de las vaporizadoras de berzas y los cuchillos y las
zanahorias y las patatas… y las lacrimógenas cebollas ¿qué haríamos sin ellas?
La época de Traffic y los Kinks y la cerveza —Pasamos a la cena bañada en
lambrusco (tras trabajos de carpintería y casi dinamitar algunos cráneos) para
celebrar la acontecida aventura —Me dijo «nunca bajes de ahí arriba» y es curioso, porque es lo mismo que le
dije yo hará casi setecientos treinta días —John Lee Hocker y Santana
ahora, y todo el Universo, recuerdo ahora, es Todo… y se hablan de muchas cosas
después de una copiosa cena y unos chupitos de cuantrón derramados, y hay dos
pares de ojos que se miran y se ríen con niños tocando el banjo y el violín y
la guitarra y la batería; y a veces nos llegan llantos telefónicos que no se
pueden desoír a causa del latido del más grande de los amores; dichoso, yo
suelto una sonriente lágrima por esto —El camino de vuelta a casa fue
curiorrífico pero agradecido, a este día del calendario tendría que decirle que
es muy raro, y más hoy que no estuvo pintado de verde, no de ese verde al menos
—Mi país yacía ahora pacífico y despoblado, y me miré al espejo con un cuenco
de malta y una pluma de hojas… y creo que hasta ahí fue todo… hasta ahora (eso es al menos todo lo que recuerdo).
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