No era una liebre normal… ésta tenía astas de ciervo. Nadie supo nunca por qué.
Cuando era pequeña, apenas eran unos pequeños bultos de hueso que asomaban entre los pelos de la cabeza, este aspecto hizo que sus compañeras de la madriguera escuela se burlasen de ella, aunque en realidad sentían envidia porque corría más rápido y saltaba mucho más alto que cualquiera.
Cierto día, en la madriguera escuela, la liebre maestra se percató de estas habilidades, y, sorprendida, avisó a la liebre jefe para que decidiese el futuro de la extraña cría que crecía entre ellas.
La liebre jefe, la examinó cuidadosamente, sus pequeñas astas ya asomaban un poco más, y empezaban a tomar su forma, decidiendo por esta razón que no era una liebre, que era otra cosa, y que debería marcharse cuanto antes.
Sólo sus padres lloraron su marcha, pero en silencio, escondidos en las profundidades de la tierra, entre las raíces de los árboles.
Debería decir que las liebres en comunidad son muy dóciles para aquella que sea la dominante, considerada como un dios cuyas palabras son sagradas e indiscutibles. ¿Qué más podrían haber hecho sus padres? Sólo podían ocultar sus llantos y aceptar la decisión.
No supieron nada más de ella, pues corrió tan rápido como lejos, saltando con facilidad todos los obstáculos, zigzagueando entre arbustos y buscando a su verdadera familia.
No la encontró. Jamás.
28.6.10
Jackalope.
Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir en XCompartir con FacebookCompartir en Pinterest
por
'P. Lavilha
Etiquetas:
árboles,
arbustos,
astas,
ciervo,
dios,
familia,
Jackalope,
liebre,
madriguera,
relato corto
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Pero era única...
Precioso cuento, en serio.
Publicar un comentario