-¿Sabes?-le dije finalmente al tipo sentado a mi lado-Hay
mucha gente ahí fuera que llora y grita y se araña la cara por ser escuchados.
-Yo sólo oigo esa maldita sirena.-me contestó entre trago y
trago.
-Joder… ¿acaso tú no tienes nada que decir? ¿no quieres que
alguien te escuche?
-Tío… tengo que mear-se levantó y se fue al servicio. No le
esperé, por supuesto, dejé el dinero en la barra y salí del pub.
Cabizbajo, con las entumecidas manos en los bolsillos, ni
siquiera me di cuenta de cuándo llegó este santo frío. Tal vez tenga razón,
pensé, cualquiera puede ser cualquiera,
y quizá sólo seamos esfínteres andantes. Quizá los gritos ahogados en la
almohada no merezcan ser nunca atendidos.
Hoy las nubes son más oscuras, lloran, y tengo agujeros en
los zapatos. Se me mojan los calcetines. Creo que estoy de mal humor hoy. Creo
que necesito rebelarme contra algo, hoy. Creo que quiero enseñar el dedo de en
medio a todo el mundo y sumergirme en el agua, como en un ascensor invisible.
Pero quizás sólo necesite dormir un poco.
Sin cartas de Salt Cave City… un viejo fantasma de Woody
Guthrie encogido en aquel portal me lo trae a la memoria, fue una época en la
que mi camino se iluminaba con mi propia luz, me salían trabajos, no demasiado
buenos, pero los había, después pasé alguna mala racha que otra, con tiempo a
veces para sacarme la cabeza del culo. Ahora llaman poeta a cualquiera, y yo
soy tan cualquiera como cualquiera que te puedas cruzar por ahí.
No tengo ninguna gorra de caza roja, he perdido mi sombrero.
No es que no todo el mundo quiera ser escuchado, es que no todo el mundo tiene
algo que decir. Y con esto me refiero a que no quieren o no tienen la necesidad
de decirlo.
Si al final tendrá razón, somos esfínteres andantes, pero aquí
a la mierda la llamo ARTE.
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