Sé que es muy tarde ahora, que tras la llama y su exhalar
sólo quedará ceniza. Sé que sólo en la distancia encuentro las miradas que se
van y yo aquí sentado en una esquina esperando y no sé a qué.
Los grandes enamorados al final gritan en sus camas por no
saber no estar solos. Y aquel ruido blanco.
Una taza con café reseco en el fondo, eso queda. Los
pegajosos posos de una ventana inclinada calentada por el sol de un día ocioso.
Papiroflexia con mis poemas entre sus dedos. Mi cabeza se
aleja aunque la intente atar arañando mis costillas y olvidando los aplausos.
El que sigue aquí en mi frente es el culo de Picasso y el que quiere ser un
sucio Hank en un palacio borracho de sexo. Y la resaca con las sábanas
empapadas en sudor y ginebra de la Victoria. Hojas secas. Tatuaré mi piel con
cada palabra que escribo en vano. Me cortaré las uñas y afeitaré mis barbas y
seguiré pareciéndome al tío del espejo.
No tengo una azotea en lo más alto de la ciudad nocturna ni
estrellas que regalarte. No tengo sitio al que ir. No tengo sitio al que
llevarte. Quizás sólo este estribillo y la verde alfombra. Ya sabes cómo somos,
sólo sabemos cantarle a nuestras guitarras así que perdóname.
Tomos de Freud en su bolso y no consigo soñar nada. Y me
despierto. La música de piedras corriendo ladera abajo. Y el olor de la vereda.
Y lo a gusto que entre ensoñaciones descanso en el suave vergel para huir
corriendo por si alguien me ve. Es tarde ya, pero procuro mantener la luz
encendida. Mis manos no están gastadas aún pero ya han sabido hacer daño sin
querer. También al corazón que les da de beber. No dejes de usarnos, me dicen
cuando dudo, pero saben que no podría. Prestad atención, digo yo entonces, no
me falléis vosotras, o tendré que escupir sobre mi muro por ser de nada y no
como yo pensaba. Ahora, cierra la puerta, te hago un sitio, ven, mejor mira las
paredes, haz como que no estoy, guarda silencio, déjame que piense… así esta no
será mi última línea.
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