Soñé que me ardían las manos, que volvía a escribir palabras
bonitas. Soñé que era un astronauta dormido en el fondo del mar, acurrucado
entre bosques de coral.
Pero no puedo respirar bajo el peso de tanta agua.
De vez en cuando me mandan saludos desde el otro lado y yo,
con escafandra y todo, sigo haciéndome el dormido.
Cuando desperté de ese sueño, mis ojos fijos en el nocturno
techo me evocaron una imagen mía pastoreando llamas en La Pampa.
Demasiadas cárceles nos atan, demasiadas cárceles nos atan.
Cuando desperté de este último, me puse a pensar en el aire,
en el dinero, en el tiempo, en la luna… y no conseguí averiguar tu color, ni
saber por qué no estás aquí.
-¿Qué haces? –dijiste con tu sonrisa.
-Te estoy pintando –respondí.
-¿Y el papel?
-No lo necesito, tú quédate ahí, sigue brillando. No llores
por esa luna oscura.
Quizá un cálido suspiro de un astronauta dormido.
1 comentario:
Qué bonito, y qué triste también
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