13.6.12

El flautista a las puertas del alba IX —Capítulo 24.


Camino por la oscura senda entre las alargadas sombras de guijarros iluminados por mi oxidada linterna. La gravilla cruje bajo el peso de mis pasos. Uno, dos. Mi aliento baila en vaho frente a mi rostro. Tres, cuatro. Los grillos agitan sus verdes violas ocultos en la retorcida hierba. Cinco, seis. Las estrellas guardan que la noche siga despierta en la cúpula de los dioses. Con el séptimo paso todo vuelve a empezar, y la fuente de agua sigue tibia. Nada cambia si nada cambia. La ruta que busco aparecerá si apago la linterna. La oscuridad de mi mano traerá la buena fortuna. Y la puesta de sol.

*  *  *

La nieve colma la cornisa de mi ventana de dulce blanco y calor. Observo la calle con mis manos entrelazadas alrededor de una cálida taza de café. Sería el momento perfecto ahora, justo antes del solsticio de invierno. Sería ahora mismo el momento perfecto para ver tu pálida tez abrigada por la lana de una bufanda gris. Así lo imagino. Tus perdidos ojos buscando mi ventana. Buscando un fugaz destello, un reflejo, un trueno que señale otro camino hacia ese cielo al que no sabemos llegar. Con la misma maleta raída y todas esas pequeñas cosas indestructibles que se albergan justo aquí, en el pecho.

*  *  *

Sonríe, una sonrisa tuya puede traer la buena fortuna. También la puesta de sol.


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