Nació en un
coro de grito y llanto llevándose con su primer aliento la voz mitocondrial
envuelta en placenta como una broma de mal gusto con la nariz roja y redonda.
Creció con
unos parientes lejanos en un pueblo cercano como un pequeño simio desnudo que
trepaba por los troncos de los visitantes para encaramárseles a los hombros y
no articulaba más sonido que la primera vocal llevándose una mano flácida a la
boca como imitando un mordisco para expresar hambre (cuando sentía sed hacía
algo parecido).
Nunca se le dio
bien nada realmente, pero una vez tuvo una idea, y la bombilla que salió del
remolino de su coronilla la puso en una tacita de té entre algodones que había
humedecido como hacía con las lentejas. Después cogió un sombrero de copa de
ala ancha con una pluma irisada que encontró por ahí y se lo puso, para tapar
el agujero.
La bombilla
fue brillando con más intensidad cada día que pasaba y, cuando dejó de
parpadear del todo, la puso en una maceta de arcilla llena de tierra
enriquecida y pintada con triángulos y círculos de colores, tres de cada.
Aún no ha dicho
ni mu, pero su bombilla resplandece de tal forma que para mirarla uno ha de
ponerse antes unas modernas gafas polarizadas de marca.