15.10.13

Poesía subterránea.

A veces, cuando me siento contento de veras, me gusta mirar a la izquierda y saludar al tipo del espejo, que me devuelve la sonrisa con los ojos morochos y joroschó, tras sendas rendijas.

Cada reloj en mi cuarto, que no son pocos, marca una hora distinta. Pero no son de ningún sitio concreto, no sé.

Oí un grito de mariposa, o tal vez no era más que un aleteo estridente. Todo alrededor, como siempre, esperando en el suelo a su manera. También en el aire, o incluso cayendo con claridad cada día. Cayendo bien abajo. O tan arriba que los señores con corbata han de quitarse el sombrero para mirarlo. Cegados por el sol, como siempre, con esa luz tan radiante a su manera. Entonces, todo acaba. Y vuelve a empezar. Y así. Y se apaga la luz. Y se vuelve a encender. Como el único amigo al que hay que contarle todo hasta el final. Y otro chirrido.

Mamá mató al pollo. Y ahora tenemos algo que cenar.

Pero se fue. Y yo lloré. Mas lamentarme no puedo, porque amé. Y amo. Y eres tú. Y tú. Y tú.

Sonaban ecos de disparos bajo esos puentes. Como un bum. Bum. Bum. Pero adormecido sobre el río. ¿Qué llevará? Me preguntan ¿Qué llevará? Mucho fango, contesto así. Pero en verdad tampoco sé.

¿Y qué me decís de esa costa con el contorno de una mujer preciosa de las que no se ven por el camino? Siempre en mi mente. Siempre en tu mente. La sonrisa que se ve sólo a través. La sonrisa robada y esas cosas. Esos colores en el cielo que el mismo arcoíris envidia. Esos. Esos que se ven y se van. Todo el tiempo, sí, a todas horas, hace unos días y también mañana. Y aún más, son los que quedan.

Aleteando y aleteando se llega a cualquier sitio, dicen. Pero no sabemos a dónde volar. El viento se levanta y no tiene buen despertar. Y sopla. Y sopla. Y sus consejos no siempre son buenos. Como todos, pero ¿qué sé yo? Porque a veces llueve y no sabemos si mojarnos. O resguardarnos de la lluvia. Pero siempre suena igual cuando llueve y todo cae. Y todo cae. Y si te fijas va flotando. Hacia abajo, pero muy despacio. Y, como siempre, el momento de tocar el suelo es muy lejano. Y se acerca. Y no sabemos qué pasa entonces. Yo, por lo menos, no lo sé.

Todo en este mundo tiene su frecuencia. Sólo hay que dar con el acorde adecuado.


Ahora suena el tren. Ya sabes, ¡chúuu-chúuu! Y hay que irse otra vez. Pero yo lo sé. Me lo dijeron. Mi hogar está donde está mi trasero.

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