La otra tarde
estuve asomado a la ventana. Es una costumbre que adquirí hace poco en la
tienda de baratijas. El caso es que, relativamente lejos, vi una pluma flotando
en el aire, y recordé aquella broma que hacíamos (y, de hecho, la última que
hicimos) de decir: “¡Por aquí pasó un ángel!” al ver alguna. La pluma subió tan
ligera como sólo son las plumas y luego descendió haciendo tirabuzones. Yo
pensé: Ojalá entre en mi salón. Y, en efecto, la pluma, suave y liviana, se fue
adentrando con levedad en mi salón para irse a posar con el tacto de un beso de
amor verdadero justamente en la palma de mi mano. Era una pluma grasienta y
gris, pero yo sé de los ojos que brillan cuando pasan estas cosas locas y
joroschó.
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1 comentario:
Son pocos afortunados los que abren sus puertas a los ángeles.
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