La ventana vibró, supuse que algo se habría topado con ella;
tal vez fuera una mariposa blanca o una suerte de lechuza con los ojos así de
grandes. O quizá una nube del sur dejando esa estela de voces como baba va dejando
el caracol.
Si afino el oído escucho algo. No sé el qué, pero me hace
sonreír. Me viene de arriba. Me dice: «Cuando no seas más que una canica,
procura lucir un ojo de gato bien sinuoso y colorido». No sé muy bien qué
significa, así que he fabricado un muñeco de arcilla que soy yo. No es mayor que
un teléfono móvil moderno, pero yo me imagino que es grande y elástico, y que
lucha contra las sombras que me invento. Cuando gana me distraigo, y entonces
soy grande y elástico y habito mi cuerpo. Cuando gana soy valiente.
El Príncipe en el almanaque paseaba como de costumbre por
los jardines a lomos de un búfalo engalanado a juego con sus coloridos y
decorados ropajes mientras enarbolaba sobre su cabeza un chhatraratna. Se detuvo junto a una roca y dijo: «Todo empezó con
una piedra puesta en algún sitio». Siguió hasta la cascada y ahí dijo: «El agua
viene de arriba». Vio un mosquerío sobre un remanso en el río y, ya cansado,
dijo: «Dos moscas pueden estar encerradas en un armario y aún así no
encontrarse nunca». Lo cierto es que el Príncipe en el almanaque no aprendió
nada nuevo aquel día y sólo espera a que se caiga esta página. Como dice
siempre: «Y todo cae».
Dejé la ventana un poco más abierta para respirar el fresco
de la noche. Llevo años construyendo una cofa en la luna y casi la he
terminado. Elegí el sitio por la luz y por las vistas. Y porque ahí puedo
respirar como aquel loco de la escalera y silbar para que una mariposa blanca o
una suerte de lechuza con los ojos así de grandes venga y se cuele por mi
ventana.
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