Era una
máquina que funcionaba sólo si se le daba cuerda rolando un nudo que tenía en
la nuca hecho de pelos autóctonos de verdad y con una suerte de mecanismo por
engranajes y poleas que llegaba casi hasta las uñas. Practicaba con cerveza y
nunca se le dio mal del todo aunque no sirviera para llenar más que un par de
páginas o tres los días impares y, según en qué luna viviera, algún dibujo
sencillo que coloreaba sólo cuando le apetecía.
Como un
pedernal soltaba chispazos a menudo, y sólo eso bastaba para hacer que todo,
aunque sólo fuera por un instante no más largo que un parpadeo, resplandeciera.
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