Me gusta el negro de los surcos.
Me gustan las curvas y cómo nos las vamos amasando. Me gusta palpar algo con
los ojos abiertos e imaginar que es la primera vez. Y me gusta demasiado que tú
(…). Me gusta ser testigo del desorden en mi escritorio, me gusta sentarme a no
hacer nada mientras ocurre y se escurre por el tablero para acabar cayendo al
suelo. Me gusta oír interferencias en la radio y la última voluta jónica del
cigarrillo que se apaga. Me gusta cuando entre los dedos y los adentros no hay
más que dos finas capas de papel higiénico decorado porque me percibo real, aun
esclavo de los procesos de un cuerpo. Me gusta el café y el dulce fósil al
fondo de la taza al día siguiente. Me gusta que se me arruguen las yemas cuando
pienso en la ducha. Me gusta lo blanco del huevo. Me gusta la luna cuando
esboza una sonrisa. Me gusta tener frío en la cara por la mañana. Me gusta
cuando me descubro un nuevo síndrome y el espejo se ríe. Me gusta buscarme en
el fondo de mis pupilas aunque no me encuentre nunca. Me gustan esos pliegues
en tu rostro. Me gusta el magnetismo de la mímica cuando te miro y tú me miras
y estas miradas se reflejan entre sí dejando sólo un gesto y un lazo sin nudo.
Me gusta entonces quedarme mudo. Me gusta mirarte sin que te des cuenta. Me gusta
que me veas cuando no estoy. Me gusta soñarme contigo y que en mi sueño me
cuentes los tuyos y que en tus vacíos estén los míos. Me gusta el sonido de las
cucharillas al bailar. Me gusta mirarme los cordones cuando camino. Me gusta el
rubor del que no se atreve a, o no está seguro de, o del que, de pronto, se ve
observado. Me gusta subir los escalones de tres en tres y bajar deslizándome por
el pasamanos. Me gusta lo que empiezo y nunca termino y me gusta cuando termino
lo que hago. Me gusta encontrar tesoros que no buscaba. También me gusta perder
tesoros para darme cuenta de que no lo eran tanto. Me gusta quedarme sin
palabras. Me gusta encontrarlas cuando ya se ha hecho tarde. Me gusta cuando
hablo y no me entiendes. Me gusta mirar a un sitio y que ocurra algo. Me gusta
tumbarme panza arriba y que vuelen los pájaros. Me gusta la elegancia de los
peces, la torpeza con la que me levanto, la alegría del verano cuando llueve,
la tristeza del silencio mudo que se apaga. Me gustan las farolas. Me gustan
las señales. Me gusta el distraído tacto de nuestras manos cuando no llegan a
rozarse. Me gusta el polvo de los anaqueles y los vistazos al pasar. Me gusta
ese lunar. Me gustan los círculos, las serpientes que se devoran. Me gusta
cuando los caracoles se asoman sin saber que habrá detrás. Me gusta un perro
con la lengua fuera, me gusta ver crecer las plantas. Me gusta el agua en un
vaivén y los pies descalzos. Este oscilar. Me gusta la canica que me regalaste.
Me gusta cuando me siento fuerte. Me gusta ser pequeño y me cuelo por las
rendijas y también cuando soy grande y alcanzo el cielo con las orejas. Me
gusta el silencio y que sólo hable tu pecho. Me gusta guiñar un ojo y que el
universo se desplace. Me gusta a veces estar conmigo y otras veces abandonarme.
Me gusta no saber qué, no saber cuándo. Me gusta que lo que me asusta se asuste
de mí y nos demos un abrazo. Me gustan los abrazos. Tus abrazos. Me gusta
gustarme, cuando lo consigo, y cuando estando contigo nos gustamos. Me gusta el
sabor de los recuerdos. Me gusta olvidarme de lo malo. Me gusta irme a dormir
sin tener sueño, tener sueños despierto, soñar que sueño que es invierno y al
despertar sea verano. Me gusta el susurro de un lápiz, las páginas en blanco.
Me gusta abrir un libro, olerlo, y al terminar, posarlo. Me gusta la paciencia
con la que me ves caer y cómo me tiendes la mano cuando me levanto. Me gusta
cuando me siento sin peso. Cuando no pienso. Cuando me callo.
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Me gustas tu
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