Duelo a garrotazos; Goya |
Miércoles cientos noventa y dos.
En una remota localidad se juega un derbi. Un tipo pelea con la alcachofa de la
ducha por un poquirriquitín más de agua caliente mientras se afilan sus
pezones. En el piso de encima, otro se debate entre calcetines negros o
marrones o esos de rayas o unas chancletas, y el bus que se le va y, mientras
tanto, los pies descalzos. Porque claro. Y entonces en la otra parte del mundo
a un cualquiera cualesquiera le podría pasar más bien lo mismo o, por supuesto,
cualquier otra cosa, y de ahí este cuajo por la vida que llevan algunos (no
digo nada) o los que escriben con un pedazo de trozo de tiza en su propio
postálamo los consejos que uno no le daría ni a su adversario natural más
acérrimo. Y por eso la contingencia básica se da, principescamente, entre
individuos monocéfalos o, dicho en una palabra, monocéfalos. Y dale. Acto
primero: Por ejemplo. Me peleé conmigo mismo por comerme la última
chocolatina. Me di un garrotazo en la cabeza usando un garrote y la cabeza y me
noqueé, tal que así de tranquilamente. Al final la compartimos, pero me quedé
con hambre. Y por eso esta mala baba, y que tenga las comisuras sucias y como
manchadas de caca. Prepucio: Antes de ello, el técnico de vodafone había
discutido consigo mismo delante de mí, por un asunto penelopesco que se traían
con el cable de la fibra óptica y, mientras uno lo desenredaba con vehemencia,
el otro se inventaba nudos y entuertos por el otro extremo. Como en un derbi:
la lucha en casa y el vecino es enemigo como enemigo es el alcalde y yo no soy
ni esto, ni aquello, ni lo otro y al final me comí una señal de las que ponen
por las calles para regular la circulación como los yogures, y ésta se dobló con
el contorno de mi narizota y yo caí muerto como el coyote de los cartunes.
Manual del hombre recto, capítulo primero, introsucción: Recto significa Orto. Y
al revés. Y así. Me tragué el pipo de una aceituna siendo bebé y ahora se piensan
que soy un chico. Pues no. Dos personas se enfrentan por ver quién pasa primero
y la grada eufórica. Y otra vez. Como la disyuntiva entre comerse la piza precocinada
a medio cocer o esperar a que se calcine, o como cortarse la uña del cuarto
dedo del pie después de haber reñido con él por una chorrada en la que ninguno
llevaba la razón. Pues es que hay veces que uno se lo piensa, y bien se podría
vivir sin índice, ni apéndice, ni cuarta pared. Y hay veces en las que el
guarda jurado que te protege te regala un bolagoma y va y te salta un ojo:
¡Gol! Y otro tuerto para vender boletos. Lo corriente, después de todo, es el
empate tácito, es decir, la derrota mutua sin victoria para nadie; y por esa misma
razón los arcos de triunfo no tienen sentido en ningún sitio, como sí lo
tendría, por ejemplo, el dejar el alcantarillado sin tapar, y que decida la
coyuntura. Dos chelovecos con arena hasta los tobillos y no más que sendas
porras portátiles. Y nada, que eso. Que se juega derbi.
editorial para JOROSCHÓ #3: DERBI
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