Todo es Kippel. Lo que aún no es Kippel, terminará por serlo. Es un principio básico: todo el universo avanza hacia una fase final de absoluta kippelización. Kippel es, por ejemplo, un fanzine arrugado junto al váter; pero Kippel también es la dentadura postiza de tu abuela muerta, atesorada en el fondo del cajón de la mesa camilla, y también lo es el flamenco de plástico de tu casa de verano, las máscaras samoanas, los accesorios de toda clase, los periódicos, la propaganda que colma cada buzón… tu taza favorita, esa que tanto amas, es un pedazo de Kippel y ni siquiera sabe que tú existes. Kippel son las cajas de cerillas que guardaste por nostalgia de una época que no viviste, y también lo es ese diploma de la pared, los trofeos, la televisión, los libros de la estantería y lo que sea que te haya dado por coleccionar, incluso tu propio apéndice está hecho enteramente de Kippel. Kippel es todo objeto-cosa que, incluso antes de un primer uso, carece ciertamente de valor estimable y cuya utilidad es, cuando menos, del todo despreciable. Si uno se descuida, el Kippel tiende a reproducirse exponencialmente como los baobabs y no tarda en dominarlo todo. Y así.
editorial para JOROSCHÓ #1: KIPPEL
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