Desde
tiempos inmemoriales las diversas civilizaciones de la humanidad y sus
respectivas corrientes filosóficas y religiosas han indagado incansables en la
búsqueda de un sentido propio que atribuirle a la vida en sí misma. Cada una de
las cuales fue aportando, a lo largo de los siglos, una colección de respuestas
más o menos satisfactorias que ayudaron, más o menos, a cada cultura a bregar
con la sisifeana faena del existir. Si entendemos el concepto de sentido
desde su octava acepción: razón de ser, finalidad o justificación de algo (sic);
nos encontramos ante la incertidumbre más imponente y una absoluta falta de
consenso en las conclusiones que cada sociedad en particular resolvió por darse
a sí misma. Es decir, analizando la existencia no ya desde un punto de vista
ontológico, sino escatológico (esto es en base a su fin último), y teniendo en
cuenta la ley de conservación de la materia, nos encontramos con que todo queda
reducido a deshecho, o a excremento, si se prefiere, a mera hez, a
zurrapa. Y esto tal vez admita ciertos matices, por ejemplo: si Ud. se come un chuletón
de los caros, rollo Angus o así, o caña de lomo, y, en otra ocasión, dudosa carnaza
de kebab, el resultado final, tras el pertinente proceso digestivo y/o
gástrico, será pura mierda. Diferentes quizá una de la otra, pero mierda al fin
y al cabo. Por lo que se deduce, aplicado ya a la ética trascendente, que no
importa de ningún modo lo que hagamos en esta vida, pues terminaremos siendo
una excreción más, una caca.
Por
otra parte, en un sentido más ecuménico, se ha tratado también de encontrar, a
lo largo y ancho de la Historia, aquellas características que nos unen, esos
rasgos ineludibles que definen no sólo a los seres humanos como tales, sino a
la totalidad de las criaturas vivientes y rampantes que pueblan esta tierra
plana que nos soporta. Los biólogos titulados afirman sin despeinarse que todo organismo
nace, crece, se reproduce y muere. Sin embargo, nuestros expertos profundizan
un tanto más en esta definición; pues, si bien todo bicho indudablemente nace
en algún momento de su existencia, algunos apenas crecen lo suficiente como
para que dicho desarrollo pueda considerarse como tal. En cuanto a la
reproducción, es una cuestión de suerte después de todo. Lo de morirse ya tal,
volvemos a cuestiones de fe. Pero lo que de verdad hacemos todos, todos, sin
excepción, sin importar raza, ni credo, ni condición, ni mucho menos estado
civil, es el cagar. Hasta las amebas cagan (lo hemos comprobado), y esto mismo
es lo que nos une y nos iguala.
editorial para JOROSCHÓ #5: HEZ
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