Debajo de la nuca estaban las raíces y, subiendo por dentro
del cráneo, un árbol lleno de nudos retorcidos donde descansaba el Rey de las
Ramas. A veces me susurra cuentos mientras se atusa los bigotes, siempre vigilando
alrededor con sus grandes ojos, pues se asusta con facilidad y cuando ve que
hay alguien por ahí se esconde en un agujero en el tronco, dejando a la vista
únicamente su larga cola anillada.
Es habitual en
mí escribir los cuentos que él me narra, aunque últimamente se saben
complicados, difíciles de moldear con palabras, y es extraño y angustioso,
como el no saber pintar los colores de
un atardecer. Yo, que sólo quisiera viajar en mi alfombra voladora y acariciar
las crestas de las nubes dibujando formas para que la gente que esté paseando o
tumbada en cualquier prado de ahí abajo señale con el dedo al zoológico sideral
mientras sus ojos se iluminan, porque algo me han enseñado, y es que a veces es
mejor ser todo y nada que ser algo.
Me acuerdo
ahora de un cuento que me contó la otra noche el Rey de las Ramas, trataba de
Nemo, un joven que se sentía orgulloso de ser el único en su pueblo que nunca
se había enamorado, ostentando tal título con la cabeza tan alta como sólo los
ignorantes y los necios saben llevarla, huelga decir que no lo conservó por
mucho tiempo.
El caso es que
el tal Nemo se enamoró tan perdidamente de una muchacha que apenas podía
soportarlo. Se marchó sin más, no recuerdo mucho de la historia… algo así de
que si no podía tenerla a ella no querría tener a nadie y se convertiría en un
anacoreta perdido en las montañas.
Otra de las
historias que me contó, hace ya un año o así, trata de un par de náufragos en
una isla, algo digno de Julio Verne o de Morris West o de William Golding o incluso
de… ¿sabéis? algo así. Esta historia era un tanto más oscura, y no seré yo el
que revele su final, al menos no por ahora… ésta es otra de mis grandes
ambiciones.
¿Y cuál más? ¡Ah,
sí! ésta alguno la conocerá… fue un error por mi parte empezar a publicarla con
sólo un capítulo redactado, me refiero a aquella en la que un tipo visita a su
psicólogo y se encuentran con un cadáver que, por razones desconocidas, se ven
obligados a ocultar. Es gracioso, pues hace pocas semanas disfrutaba de unas
cervezas con mi psicólogo y otro compadre en un local de Gijón, y el Rey de las
Ramas apareció entre las botellas vacías que yacían en la mesa para recordarme
esa historia y animarme a terminarla.
Es por eso que
me gusta esa suerte de lémur con el culo al aire.