21.3.12

Del Rey de las Ramas.


Debajo de la nuca estaban las raíces y, subiendo por dentro del cráneo, un árbol lleno de nudos retorcidos donde descansaba el Rey de las Ramas. A veces me susurra cuentos mientras se atusa los bigotes, siempre vigilando alrededor con sus grandes ojos, pues se asusta con facilidad y cuando ve que hay alguien por ahí se esconde en un agujero en el tronco, dejando a la vista únicamente su larga cola anillada.
         
Es habitual en mí escribir los cuentos que él me narra, aunque últimamente se saben complicados, difíciles de moldear con palabras, y es extraño y angustioso, como  el no saber pintar los colores de un atardecer. Yo, que sólo quisiera viajar en mi alfombra voladora y acariciar las crestas de las nubes dibujando formas para que la gente que esté paseando o tumbada en cualquier prado de ahí abajo señale con el dedo al zoológico sideral mientras sus ojos se iluminan, porque algo me han enseñado, y es que a veces es mejor ser todo y nada que ser algo.
         
Me acuerdo ahora de un cuento que me contó la otra noche el Rey de las Ramas, trataba de Nemo, un joven que se sentía orgulloso de ser el único en su pueblo que nunca se había enamorado, ostentando tal título con la cabeza tan alta como sólo los ignorantes y los necios saben llevarla, huelga decir que no lo conservó por mucho tiempo.

El caso es que el tal Nemo se enamoró tan perdidamente de una muchacha que apenas podía soportarlo. Se marchó sin más, no recuerdo mucho de la historia… algo así de que si no podía tenerla a ella no querría tener a nadie y se convertiría en un anacoreta perdido en las montañas.
         
Otra de las historias que me contó, hace ya un año o así, trata de un par de náufragos en una isla, algo digno de Julio Verne o de Morris West o de William Golding o incluso de… ¿sabéis? algo así. Esta historia era un tanto más oscura, y no seré yo el que revele su final, al menos no por ahora… ésta es otra de mis grandes ambiciones.
         
¿Y cuál más? ¡Ah, sí! ésta alguno la conocerá… fue un error por mi parte empezar a publicarla con sólo un capítulo redactado, me refiero a aquella en la que un tipo visita a su psicólogo y se encuentran con un cadáver que, por razones desconocidas, se ven obligados a ocultar. Es gracioso, pues hace pocas semanas disfrutaba de unas cervezas con mi psicólogo y otro compadre en un local de Gijón, y el Rey de las Ramas apareció entre las botellas vacías que yacían en la mesa para recordarme esa historia y animarme a terminarla.
         
Es por eso que me gusta esa suerte de lémur con el culo al aire. 


19.3.12

El Zaratustra ocioso.


Encontré mi templo budista, no estaba cruzando las grandes cumbres de muy muy lejos, sino aquí, a dos pasos. «De vez en cuando necesitaba estar solo, pero no era un ermitaño. […] En ocasiones pienso que hacía acopio de compañía para los momentos que sabía que no tendría a nadie.» Hará dos años ya del día en que decidí escribir un relato un tanto más ambicioso, en cuanto a extensión y calidad, y unos cuantos meses desde que lo borré todo y me propuse empezar de nuevo. Ahora voy a tener ese tiempo, un tiempo para hablar con el silencio de una morada vacía, para comer y dormir en soledad, meditar, leer… escribir.
«La Soledad es la gran talladora del espíritu».
Federico García Lorca

18.3.12

Veinticuatro.


24.
         Esta vez no cogí mi mochila, solo un puñado de revistas literarias y mis pantalones cortos caqui. Lucía el sol ahí en lo alto, pero soplaba una fría brisa —No cogeré abrigo, pensé, no estaré fuera más de diez minutos  —Puse mis pasos en marcha para abandonar mi tierno país subterráneo, el país del fútbol y las guerras sin víctimas, el país de los platos sucios y las botellas vacías —En la pequeña campiña de rocosos arcos, las pequeñas flechas indignadas se mezclaban con trajeadas plumas de celebración (la primera de las que vería en el resto del día). La espera no duró, otros quizá dirán que sí, pero lo cierto es que fue cuando menos amena. Preveía una entrega fulminante, pero fue acompañada de cartas de invitación y cajeros apagados que aceptaban la oferta. Un perro me saludó en el camino, su dueña no, no la conocía, al perro creo que tampoco… El grito con las peores tapas de la comarca estaba cerrado, así que nos dirigimos al santuario de los platos de champiñones y la caña y el mosto, y hablamos de Asimov y de Auxley, de Hesse y Tólstoi, de Cohelo y de Auster; todo para escapar yo de la fría cultura con excusas premeditadas e inocentes —Me sentía a gusto a pesar de las libélulas lobo, que me siguieron a lo largo del día, por cierto, y que cada vez soportaría con mayor indiferencia —El camino es corto y fácil, nos dijeron, pero nos paramos a pelar naranjas con los pies colgando admirando el silencio urbano y el sosegado vuelo de las cigüeñas. No queremos eso, un destino cómodo, queremos caminos tortuosos y enzarzados, queremos inseguridad, no certeza; Buscamos la cura secreta de los sioux, no nos lo pusieron fácil, pero tras muchos pinchazos y arañas invisibles, encontramos la negra y arrugada semilla —Un mar de asfaltos corría ladera abajo hasta las doradas dunas. Cavé ahí la tumba de una de las semillas que antes había recolectado, le deseamos suerte —Inventamos combinaciones de palabras sobre el puente, y una anglosajona nos indicó que nuestro templario destino se hallaba al final de la calle, siguiendo el río, a la dererecha. Y nos sentamos a reír con la nueva palabra, sonrientes como mis calcetines de colores, siguiendo nuestra ruta a través del zoo de niño —El dinero custodia la puerta una vez más, pero yo me conformo con sentarme en el viejo peldaño a la luz del oblicuo foco sobre el reino. Tumbas cavadas en piedra, también de niños o tal vez de enanos… las cuevas antaño templos paganos ahora rinden culto a la santa litrona y las gafas de sol. Pero preferirnos tumbarnos en la árida pradera soñando con ser nubes, con ser piedras… —Todo fluyó después en la verde ribera con paseantes portadores de la libertad y algún perro y algún niño, pavos reales, palomas, gorriones, más cigüeñas, antiguos pasadizos, balcones de princesas, lombrices, mosquitos, piedras saltarinas dibujando hondas, piedras musicales, música del agua, ramos de flores bañándose, ceniceros arcaicos… —Cruzamos el río saltando de roca en roca y atravesamos el bucólico sendero hasta el campo del almendro y el perfume, y las angulosas calles de coches aparcando y repetidas celebraciones —Y llegamos a una nueva época, la época de las vaporizadoras de berzas y los cuchillos y las zanahorias y las patatas… y las lacrimógenas cebollas ¿qué haríamos sin ellas? La época de Traffic y los Kinks y la cerveza —Pasamos a la cena bañada en lambrusco (tras trabajos de carpintería y casi dinamitar algunos cráneos) para celebrar la acontecida aventura —Me dijo «nunca bajes de ahí arriba» y es curioso, porque es lo mismo que le dije yo hará casi setecientos treinta días —John Lee Hocker y Santana ahora, y todo el Universo, recuerdo ahora, es Todo… y se hablan de muchas cosas después de una copiosa cena y unos chupitos de cuantrón derramados, y hay dos pares de ojos que se miran y se ríen con niños tocando el banjo y el violín y la guitarra y la batería; y a veces nos llegan llantos telefónicos que no se pueden desoír a causa del latido del más grande de los amores; dichoso, yo suelto una sonriente lágrima por esto —El camino de vuelta a casa fue curiorrífico pero agradecido, a este día del calendario tendría que decirle que es muy raro, y más hoy que no estuvo pintado de verde, no de ese verde al menos —Mi país yacía ahora pacífico y despoblado, y me miré al espejo con un cuenco de malta y una pluma de hojas… y creo que hasta ahí fue todo… hasta ahora (eso es al menos todo lo que recuerdo).


17.3.12

La Corriente Detrítica.


         «El desierto es un entorno de revelaciones, un lugar de una genética y una psicología extrañas, de una sensorialidad austera, con una estética abstracta y una historia cargada de hostilidad  […]. Sus formas son audaces, incitantes. La mente queda presa de la luz, el espacio, la originalidad cinestética de la aridez, las altas temperaturas y el viento. El cielo del desierto es envolvente, majestuoso y terrible. En otros hábitats, la línea del horizonte se quiebra o se oscurece; en el desierto se funde con la bóveda que está sobre nuestras cabezas, infinitamente más vasta que la que se divisa en las grandes extensiones donde se despliegan campos y bosques […]. En este cielo panorámico, las nubes parecen más compactas y a veces la concavidad de su parte inferior refleja con magnificencia la curvatura del globo terráqueo. La angularidad de las formas terrestres del desierto confiere una arquitectura monumental a las nubes tanto como al mismo relieve […]. Es al desierto adonde se dirigen los profetas y los ermitaños, adonde van los peregrinos y exiliados. Es en él que los líderes de las grandes religiones han buscado los valores terapéuticos y espirituales del retiro, no para escapar de la realidad, sino para descubrirla».
Paul Shepard, Man in the Landscape:
a Historic View of the Esthetics of Nature.

George Hunter

16.3.12

Las persianas de los párpados.


“Dos ojos no son lo mismo que una mirada”, dijo el viejo sentado en aquel roído banco de madera. La nieve no había terminado de derretirse y ya empezaban a caer las hojas muertas sobre ella. Yo soy pez, caballo y pájaro, y mi arbóreo cofre es mi rosa, todos conocen aquella cita: “El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante”. No es tiempo lo que yo he perdido, de hecho no sé si perdí algo… pero sí que era mi rosa, y era importante. A pesar de la magnitud que han adquirido ahora mis días, no siento más que vacío en este momento en el que las persianas de mis párpados no aguantan su propio peso y en el que si aprieto el pause no se oye más que silencio en una casa demasiado grande para alguien tan pequeño. Desde esta ventana no se ve la luna ni las estrellas ni el alba. Acabo de entrar en mi propio Teatro Mágico –no para cualquiera, sólo para locos- y no me decido a escoger una puerta por la que seguir. Estoy tan cansado ahora y no sé qué pasará mañana… tengo miedo de cerrar los ojos por si al despertar abandono parte de este sueño. Es como cabalgar sobre una gran serpiente lo que siento ahora. 


12.3.12

Vivo ahora en un sueño extraño.


Vivo ahora en un sueño extraño, estoy despierto o eso creo, algo raro pasa todo el rato. Me imagino ahora como uno de los sucios poetas de Natalia Castro, con el cuello de la camisa manchado de vino avinagrado.
(..)Y, cuando llega la noche, los poetas calados de hastío hasta los huesos, oliendo a cansancio que dan pena, se dejan morir sobre sus alfombras mágicas atestadas de lamparones dejados porantiguos poemas de amor.                                                        Natalia Castro.
         Y me refugio en una madriguera tallada en la madera de aquel árbol donde los colores se envuelven en papel marrón con un pequeño lazo de cuerda deshilachada, donde escondí poemas antes de nacer para escribirlos ahora… pero, maldita mi suerte, no los encuentro.

         Esta madriguera está forrada de verdes enredaderas con flores amarillas y rojas y verdes y moradas y azules como los pequeños pájaros que revolotean en torno a ellas, también hay anaqueles con cientos de botellas llenas de barcos y arena y cartas de náufragos cuyos huesos hace tiempo que se volvieron coral, la entrada a este refugio está custodiada por una cortina de agua que se precipita desde la copa, donde no alcanza la vista y, lo más divertido, es que el suelo es esponjoso como la lengua de una ballena dormida. Me gusta a veces tumbarme en esta alfombra y escuchar el latido de esa ballena, tan pausado, su respiración y la mía, como las conversaciones de las olas bajo el sol.

         En este sueño yo quisiera ser poeta una vez más, un poeta enamorado, un poeta invisible, un poeta con la cabeza escondida en el cajón de los calcetines, un poeta desnudo frente al espejo, un poeta callado, un poeta sin poemas.

         En este sueño llegué al horizonte y me asomé al otro lado… ¡encontré uno nuevo! “tal vez la Tierra sea redonda de veras”, pensé, y me eché panza arriba a escoger nubes para hacer un ramo con ellas y regalárselo a cualquier persona que me espere en la estación de ningún tren. En este sueño esa persona sí existía, y yo no me ponía a arrancar briznas de hierba con los ojos desorbitados, no me ocultaba del cielo debajo de una gran roca, no me convertía en uno de esos lobos de ojos rojos, sino en los suyos, que cantan a la luna y se transforman en búhos agitando sus alas de plata en la noche.
Aúllo.Aúllo a la luna que me gusta estar viva. Que siento correr por mis venas algo más fuerte que el cuantrón. Aúuuuuuuullo. Me da igual que no dure, que no lo entiendas o que se me olvide. En este instante, sólo aúllo, como si de esta manera, dejase mi cuerpo y el mundo atrás. Como si de esta forma pudiese transformarme en búho y volar toda la noche.                                                                                              Verde.
         En este sueño los días pasan también, y en cada uno de ellos me despierto habiendo olvidado el anterior, desconocedor de que olvidaré el presente cuando me despierte al siguiente. Pero no brotan lágrimas de mis ojos, si acaso de dicha, pues cada flor en el camino se presenta como nueva, cada pez naranja en mi barriga me hace nuevas cosquillas con sus burbujas. En este sueño me alimento de jalea de versos preciosos sin palabras y del néctar de mis pasos y de la dulce lluvia mojando mi frente. En este sueño cada parpadeo hace que cambie el paisaje, que las raíces de los árboles se estremezcan en alegres sacudidas. En este sueño mis manos son invisibles y me divierto intentando asir cosas con admiración, asombrado por el tacto que entonces adquieren.

         En este sueño no hace falta que escriba estas palabras ni ningunas otras… en este sueño nada importa de veras, cada bocanada de aire, cada trago, es el primero y el último.

Wassily Kandinsky, Comp. nº7


9.3.12

Hank.


Conocí conocí a Charles en su novela Cartero, en la que narraba su vida como cartero entre los años 50 y 60. Desde el principio me fascinó su prosa mordaz, su sucio lenguaje, su misantropía, su alcoholismo… pasaron los meses y llegó a mis oídos la celebración de un homenaje que se le rendiría en La Caja Negra de Oviedo, estuve a punto de no ir por no tener amigos entonces que compartieran mi gusto por este tipo de literatura, pero al final me armé de valor para ir a un bar solo y crucé la vidriada puerta que me separaba del público portador de libros y cervezas, quizá alguna copa de vino. Recuerdo quedarme asombrado con ese ambiente, desconocido para mí, mirar absorto la pantalla en la que se proyectaban imágenes de Bukowski paseando en un descapotable por las calles de Hollywood, deleitarme al ver a gente compartiendo libros y charlar animosamente. Sin embargo aún era tímido –mucho más que ahora– y me limité a tomarme una cerveza en el fondo del local mientras escuchaba el recital de poesía. ¿Qué año sería, 2008? El pájaro azul fue leída repetidas veces y seguramente sea mi poesía favorita, no sólo de Hank sino de todas las que he podido leer –que, sinceramente, no son demasiadas–.


Y ahora, cuatro años después, dieciocho desde su muerte, tras haber leído tantas novelas, relatos y poemas veo a Bukowski como un autor crucial para comprender un poco más la sociedad del siglo XX, el aislamiento voluntario, la suciedad de los hombres… y, aunque mi forma de ser tiende ya a buscar la felicidad, sólo por hoy tendré como lema su epitafio…

DON’T TRY

6.3.12

Distancia.


         No me oigo pensar últimamente, no comprendo mi mal humor. Me escribo en el brazo cosas como «sorri» o «não se esquece de você» para levantarme el ánimo pero apenas funciona, supongo que llevo demasiado tiempo en un mismo sitio y eso me cansa, como si necesitara continuamente unas vacaciones… como si de repente todas las cosas con las que había aprendido a convivir se volviesen fieros monstruos y mis propios demonios recuperasen sus carnes para atormentarme en sueños y lo que es peor, también cuando creo que estoy despierto.

         De nada sirve pensar que todo está mal, me repito constantemente, y de hecho no está mal, sólo desordenado, como al despertar de una amnesia caótica y darse cuenta de que ya no eres el mismo que se acostó anoche con el pulgar entre las bienhechoras fauces y la otra mano entre las rodillas rasgadas.

         No son más que dos pedazos de madera unidos por una espiral metálica, dicen, igual que no son más que hojas de papel dobladas con mala praxis y un par de grapas… pero hacen falta mis ojos para verlo, creo, que es la mejor joya fruto de un árbol de colores y un puñado de poesía tierna y subterránea que reconforta mi espíritu. Tal vez sea eso por lo que estoy algo triste, porque parece que sólo yo veo tales tesoros.

         ¿Tan efímera es la felicidad y los medios para conseguirla? Odio sentirme triste y eso hace que lo esté aún más, odio escribir estas palabras y odiaré leerlas mañana y saber que sentí de verdad todo esto, aunque sea mentira… me refiero a que me siento solo pero sé que no lo estoy.

         ¿He dormido poco? ¿He comido peor que la otra semana? Quizá sea eso… pero no es justo que algo tan banal controle de esta forma mi vida… que rehúya de rostros conocidos y les desee la distancia para conmigo, que sólo me sienta cómodo en el calor de mi jersey de rayas con Cartola y Vinicius anhelando el sol de Ipanema.

         Me puedo prometer despertar mañana con una sonrisa de nuevo, sabe el Sol que lo intento… 

3.3.12

Chasc escucha la vida.

Y sin que sirva de precedente... son estas las palabras que me gusta escuchar y que quiero compartir.
Noche cerrada en la sierra. Bocanadas de aire fresco y frío. Pero acogedor. Quizás sea el olor a leña quemada, a chimenea, fuente de calor natural que conquista a cualquiera. Al menos a mí, un enamorado del dulce balanceo de las llamas de un fuego. Llamas que parecen tratar de huir pero siguen atadas al tronco. Metáfora de la vida. ¿Cuántas veces hemos querido huir pero nos hemos anclado?.Paz y tranquilidad. El ruido está prohibido en este paisaje. La temperatura invita a entrar en casa pero aquí fuera se está tan bien... Encima a la escena le acompaña un noble sonido de una guitarra acompañada de un siempre melancólico sonido de una armónica.Desde este lugar desde donde escribo se ven las estrellas; placer de pueblo, placer enorme. La inmensidad del espacio y sus derivados pensamientos acerca de cuán minúsculo es el ser humano en "proporción al universo"...Desde aquí, todo es más bonito. Vivir con esta tranquilidad y esta armonía es patrimonio inmaterial de la humanidad. Uno de los pocos que la Tierra aún nos regale. Esperemos que sea un regalo eterno. Al menos para mí. No necesito mucho más que esto para ser feliz. Soy simple. Pero es que desde aquí se escucha la vida.
Chasc.
 Desde su punto de vista borroso...

1.3.12

El lecho de paja mohosa.


         No eran buenos años para el mundo los acontecidos tras los dos grandes hongos de Japón en verano del 45, pero nosotros los pasábamos bien despreocupados en las nocturnas calles de Frisco bajo una atmósfera de jazz y marihuana, escribíamos poemas en un pequeño cuarto de alquiler embriagados por el aroma del vino, con las barbas descuidadas e hipnotizados por el incesante timbre de mi Underwood de segunda mano. Estuvimos encerrados en aquella habitación bajo montones de hojas escritas unos ocho años, hasta que Francis se suicidó y yo me trasladara a Seattle a respirar la tranquilidad oceánica del noroeste. Ahí fue donde escribí mi novela más conocida, no sé si la habrán leído, Los sonidos de Puget. Mi vida entonces era todo lo pacífica y tranquila que necesitaba, era consciente de que mis días de juventud habían pasado ya y mi cuerpo envejecido no gustaba de otra cosa más que de la sencilla contemplación del cielo… al menos esto fue así hasta el día en el que, sin atender a razones, llené mi petate y abandoné la ciudad, supongo que quería despedirme de mi lozanía antes de cumplir los cuarenta y dejar que me creciera la barriga sentado en los campos de Texarkana, quería rendir un último homenaje a mi querido Pomeray desgastando mis suelas en el camino.

         Fue así como llegué a Eugene, Oregón y salté dentro de un vagón de la Union Pacific para continuar hacia el norte acompañado del traqueteo de las viejas vías y el viento revolviendo mis cabellos. Al segundo día de trayecto, cuando aún restaban unas cuantas millas para llegar a Eastport y cruzar la frontera, descansaba con las piernas colgando mientras grababa mi nombre en el suelo con una navaja, cuando vi a un joven muchacho corriendo junto al tren, incapaz de subirse. Le grité que se preparase y cuando le adelantaba, le tendí el brazo y de un tirón conseguí acoplarle a mi carruaje improvisado -¡Vaya carrera!-le dije-¿De dónde vienes, chaval?-pregunté paternalmente, pues vi enseguida que no tendría más de veinte años. –De Lewiston, señor, a un par de millas de aquí-contestó, sin aliento.

-¿Y se puede saber hacia dónde vas?
-Pues tal vez a Edmonton… lejos de aquí… no puedo ir a Vietnam.
-Entiendo… por cierto, mi nombre es Ben, Ben Duluth, puedes llamarme Ben.
-Josh.
-Encantado, Josh.

         El muchacho era tímido, y pasó gran parte del viaje callado con la mirada perdida en el suelo de madera reposando en un sencillo lecho de paja mohosa, le dejé aislarse en su silencio durante un tiempo, pues yo, un viejo perro de ferrocarril sin preocupaciones, no tenía derecho a arrebatarle eso, no cuando ya se le había arrebatado su casa, su familia, sus amigos… condenado a ser un desertor, un proscrito obligado a cruzar una frontera para no regresar jamás al hogar. Es por eso que alguien como yo, y cualquiera en verdad, odiamos las guerras… locos estamos todos, pero alguien que de veras apoya la Guerra es indiscutiblemente un pobre diablo.