Llegó
deshidratado, envuelto en polvo y sudor a lomos de un desvencijado mulo con
poco fardo y el pellejo descolorido. Afirmó que se llamaba Henry Antrim, que
tenía veintiún años –aunque no aparentaba más de diecisiete–, y que llevaba
errando solo bajo el sol desde Misuri.
-¿Y qué te
trae aquí desde tan lejos? –le pregunté, algo a lo que no quiso responder;
aceptó sin embargo la invitación a quedarse a dormir en mi casa. No probó
bocado hasta asegurarse de que su mulo, Woody, tuviese su ración de agua y
alfalfa. Comentó que no tenía dinero, pero que gustosamente trabajaría para mí
a cambio del cobijo y la comida. El invierno había sido duro ese año, así que admití sus condiciones, además, el muchacho me
había caído simpático a pesar de ser callado y misterioso; lo único que había
conseguido sonsacarle era que buscaba el Pacífico, que para él significada la
libertad en su máxima expresión, en sus palabras, ver cómo el sol se apagaba en
el agua era lo que todo hombre que se precie debía buscar. A pesar de su
aspecto, enseguida vi en él una sabiduría inusual en alguien tan joven, ni
siquiera ahora puedo comprender del todo lo que quiso decir con tan enigmática
oración.
Trabajó sin
descanso en las caballerizas durante toda la primavera y parte del verano, como
si disfrutase de veras con el duro trabajo. En estos tiempos del whiskey es
difícil encontrar a alguien así, por lo que a menudo recompensé sus esfuerzos
con algunos dólares que él guardaba con recelo en una pequeña bolsa de cuero,
para su “aventura en el Oeste”, decía siempre que rehusaba mis invitaciones a
pasar la noche en alguna taberna.
Al cabo de
unas semanas desde que llegara, me confesó algo que ya había deducido hacía
tiempo: no sabía leer ni escribir; y me pidió ayuda para solventarlo. No puedo
ayudarte, le dije, no sabría cómo, pero sí puedo hablar con la señorita Tress y
que ella te enseñe. No dijo nada, sonrió y siguió cargando pacas de paja,
supuse que era su forma de decir “sí”, por lo que a la mañana siguiente fui a
la escuela para hacer un trato con la maestra. Se mostró reacia al principio,
pero la convencí alegando que era un joven de mucho talento y que apenas le
costaría trabajo. Por supuesto yo cargaría con todos los gastos, cosa que no
revelé a Henry, pues seguramente rechazaría la oferta y yo no estaba dispuesto
a que se gastara el dinero de su Aventura en el Oeste por el que tanto había
trabajado.
Cada noche
después del trabajo, Henry iba a casa de la señorita Tress y daba sus
lecciones, huelga decir que no tardó mucho en dominar tanto la lectura como la
escritura; a finales de mayo ya lo hacía con soltura. Su rostro desde entonces
brillaba con otra luz, se quedaba mirando todos los carteles que nos
encontrábamos, leyéndomelos en voz alta con presteza, llegando incluso a
memorizarlos con poco esfuerzo. Para celebrarlo, le compré una libreta
encuadernada en piel animándole a que la rellenase con todas sus aventuras una
vez se fuera. En un principio se mostró reacio a aceptarla, supuse que por
sentirse contrariado al recibir un regalo, pero después de meditarlo consigo
mismo unos instantes, me dirigió otra de sus brillantes sonrisas y corrió a
guardarla en el pequeño arcón donde acumulaba sus escasas pertenencias para el
gran viaje; fue entonces cuando me prometió que, una vez llegase a la costa, me
escribiría para relatarme cada paso que hubiese dado en su camino.
La última noche que le vi me entregó un
pequeño reloj de bolsillo muy desgastado, me dijo que había pertenecido a su
abuelo y que era el único objeto de valor que había poseído; no me percaté de
que era su forma de despedirse. Se marchó antes del alba con Woody y unos pocos
fardos llenos de gachas de avena, algo de ropa y los dólares que había ido
reuniendo en los últimos meses; desde entonces miro siempre hacia el Oeste,
preguntándome si ya habrá llegado o si pensará volver algún día… si es cierto
que ver el Sol vespertino nadando en el mar infinito llena de veras el corazón
de un hombre.
2 comentarios:
Hay personas que, sin saberlo, nos aportan mucho más de lo que nosotros tratamos de aportarles a ellos. A la auténtica sabiduría se llega a través del altruismo, y siempre es mejor hacer el camino rodeados de buena compañía. Me ha gustado mucho.
Muchas gracias :)
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