Llovía purga y catarsis, la fina lluvia de Bohemia en las
tardes de café y mirar por la ventana mientras el suave vapor calentaba su
rostro oculto en sombra de ojos y la vista perdida. El inquieto latido
profetizaba la llegada inesperada de viejos abrigos empapados por las lágrimas
de la añoranza amnésica.
La clara luz de la estación cercana empañaba el blanco
alicatado de los servicios. Llovía en amor viejo y enfermo y resignado. Y cargó
con su raída maleta de cartón, esa que tenía una pegatina del lado oscuro de la
luna y el prisma que fracciona el haz de luz en un geométrico arcoíris, la que
le acompañaría por los charcos de las calles aún pasadas estas páginas.
El interfono graznó vehemente, y sus dedos se estremecieron
contra la taza humeante.
-Ho… hola.
-Pasa anda, estas empapado.
*Continúa en el siguiente vídeo:
*Continúa en el siguiente vídeo:
Tengo un pequeño libro negro con mis poemas escritos. Tengo una bolsa con un cepillo de dientes y un peine dentro. Cuando soy un buen perro, algunas veces, me echan un hueso dentro. Tengo gomas elásticas sujetándome los zapatos. Tengo tristeza por esas manos hinchadas. Tengo trece canales de mierda para escoger en el televisor. Tengo luz eléctrica. Tengo sorprendentes poderes de observación y así es cómo sé, cuando trato de contactar contigo por teléfono, que no habrá nadie en casa. Tengo la obligación permanente de Hendrix y el inevitable ojo de aguja arde delante de mi camisa de satén favorita. Tengo manchas de nicotina en mis dedos. Tengo una cuchara de plata en una cadena. Tengo un soberbio piano para colocar mis restos mortales. Tengo salvajes ojos penetrantes. Tengo un fuerte deseo de volar, pero no tengo a dónde volar. Ooooh pequeña, cuando cojo el teléfono sigue sin haber nadie en casa. Tengo un par de botas Gohills y tengo mis raices marchitas.
Roger Waters.
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