26.11.13

Veintitrés puñaladas.

         Camino de vuelta paramos en una estación de servicio cerca de Dallas. Chasc dijo: Huevo. Y yo pedí un par de cervezas y unas patatas con ali-oli. Masticamos las papas a gusto mientras el sol se levantaba entre Cuenca y Albacete, y apoyamos sendos codos en la barra metálica mientras digeríamos los tubérculos y bebíamos la cerveza, limpiándonos de vez en cuando con esas servilletas horribles que se ponen pringosas y te raspan las aletas de la nariz al sonarte los mocos. Después yo quise pedir otra ronda de birras, pero Chasc levantó el dedo mientras bajaba la mirada con sonrisa descarada para pedirse un bourbon, así que yo pedí otro. Qué menos, pensé, que sumergirse tranquilamente en un sosegado oasis añejo de barrica de roble. Aún queda mucho viaje de regreso, nos dijimos los dos para nuestros adentros, más vale que disfrutemos de este trago. —¿Has mirado la presión de las ruedas? —le dije yo después de un rato. —Están bien seguro, además no las voy a necesitar para cruzar el charco hasta la Pampa —contestó mientras intentaba pinchar con un palillo la última patatilla, tan pequeña que resultaba imposible de pinchar. Por poco me atraganto dando otro trago a mi copa de desayuno, pues apenas lo empecé vi por el rabillo del ojo que Chasc hacía exactamente lo mismo, e intenté tragarme una carcajada empapada en bourbon, pero no funcionó. La Tierra gira despacio, pensé entonces, las nubes también lo hacen, incluso las estrellas, todo a su manera, pero despacio, y yo no sé porque tantas veces espoleo mi trasero para darme prisa por cualquier cosa, si lo que en verdad me gustaría es ser tierra, nube y estrella. Chasc dijo: Atún. Y se pidió un montadito, yo unas aceitunas. Terminé de roer el tercer hueso cuando Chasc me preguntó por la basura. —¿A qué te refieres? —respondí yo— La saqué antes de irnos. Y le dibujé una bolsa de basura con cenefas de tinta azul para ilustrar el mal olor y un par de moscas revoloteando, todo en una servilleta, servillage (o Sir Village). Me gusta tanto el sonido de las cucharillas con las tazas, el bufido de la cafetera y el parloteo o bullicio general de una estación de servicio cualquiera. Tal vez luego compre algo de recuerdo de esta carretera polvorienta, o quizás unas pastas. —Veintitrés puñaladas —dijo Chasc de soslayo— Una por cada vela que se apaga y se me arrugan las comisuras de los párpados. —No te eches tierra encima aún —musité— y tómate otra copa, piensa en todo el camino que nos queda de vuelta, hay que estar despiertos ¿Has visto todas esas señales que hay en la carretera? Eso que dicen los viejos: un ojo en el horizonte, otro en el camino y otro más en el pie. 


25.11.13

Fragmentos de la prisión de Folsom.

(…) No siempre reina el silencio en mi oscura y húmeda celda, a veces oigo el tren a lo lejos, lejos de estas paredes olvidadas por el sol. Está doblando la curva ahora y silba soltando bocanadas de vapor entre las chispas de los raíles y el humo de las máquinas manchadas de aceite y hollín. Silba y pasa con su incansable percusión, llevándose consigo el tiempo hacia San Antone, mientras yo sigo aquí. (…) —Mamá te lo dijo, Ray, no juegues con pistolas, Ray, sé un buen chico. ¿Has sido un buen chico, Ray? ¿Qué ocurrió en Reno? —Disparé a un hombre sólo por verlo morir, y cuando el último aliento salió de su pecho por la boca y el agujero de bala me deshice en llanto como un niño.  (…) Apuesto a que el tren a San Antone tiene un vagón restaurante lleno de gordos ricachones bebiendo café, derramándoselo por sus blancas camisas, fumando buenos habanos. Una, dos, tres, cuatro son las paredes que me atrapan, sin olvidarse del techo que me cubre y el suelo que me mantiene. No voy a ser libre. Pero todo lo demás ahí fuera está en ese tren, rumbo a San Antone. Eso es lo que me tortura.  

22.11.13

El último mono.

         —El último mono se bajó de la rama y enseguida tuvo que erguirse para poder ver como antes ¿Para qué bajó entonces?
         —Muchacho, yo creo que deberías dejar de pensar tanto o empezar a pensar bien, si no se te hará un nudo en el ovillo de la quijotera que quizás no se pueda arreglar ni con los dientes. El último mono bajó de la rama para ir a buscar otra, todo el mundo lo sabe. Todos los últimos de cualquier cosa lo son precisamente por eso. Erguirse sólo es una forma más de aprender, y de eso estábamos hablando desde el principio.
         —Ya… Eh… Sí, tienes razón, claro. Perdóname, es que estoy que no estoy.
         —¿Te apetece un café?
         —No, gracias.
         —Bueno, si me disculpas un momento, iré a servirme uno.
         —Claro, por supuesto.

(...)

         —¿Sabes? Otra vez he vuelto a perder mi rama, quiero decir, sé en qué rama estoy y más o menos en qué luna vivo, pero los árboles que veo a lo lejos parecen grises y desnudos desde aquí, también floridos pero de una forma transparente desde aquí. Es difícil de explicar.

         —Y otra vez te vas por las ramas. Niño, niñito, aprende a escuchar al río que siempre está donde estuvo y estará y así fluye y susurra. Es en el agua donde la vida prospera y no en esas ramas que buscan subir y subir hasta que el sol derrite sus hojas de cera. ¿Seguro que no quieres un café?

13.11.13

Oso hormiguero.

         —Conocí conocí a un tipo —dijo García desde el taburete frente a la barra—, creo que se llamaba Baum o algo así, era astromecánico, se dedicaba a arreglar estaciones espaciales y esas cosas. Me contó —dio un largo trago a su vaso de vino— que una vez estaba ajustando unos paneles y toqueteando unos manguitos a gravedad cero, con su traje de astronauta y todo, cuando vio pasar a un oso hormiguero con escafandra flotando por ahí. Eso me ha hecho pensar… ¿Cuántos osos hormigueros estarán en órbita en este mismo momento? o sin ir más lejos ¿Quién será el que les pone todas esas escafandras adaptadas? Hay tantas preguntas y tantas respuestas que no existen… Es como aquello de si un árbol cae en medio del bosque y no hay nadie para oírlo, pero así con todo —apuró los últimos sorbos de vino y pidió otro— ¿Qué me importan a mí, después de todo, los osos hormigueros estén donde estén? ¿Sabes? Tal vez para un biólogo amazónico pueda resultar un tema de una trascendencia terrible, pero para mí, que sólo soy un humano que está aquí, ahora, contigo, hablándote de todo esto, no deja de ser más que una mera anécdota curiosa que no cambiará tu vida lo más mínimo, si acaso en que a partir de ahora podrás decir que conociste conociste a un tipo que conoció conoció a un tipo que era astromecánico y no sólo eso, sino que además vio a un oso hormiguero flotando a cuatrocientos kilómetros sobre la Tierra que, por si fuera poco, llevaba escafandra. Es tan difícil y al mismo tiempo tan sencillo explicar todo esto… Quiero decir que nada importa de veras, si acaso unas cuantas cosas como el amor y la felicidad y el poder llevarse algo a la boca de vez en cuando. Incluso se podría prescindir de las dos primeras si uno se conforma con la supervivencia neta. El caso es: ¿Por qué preocuparse entonces? Si puede haber osos hormigueros en el Espacio, quién te dice que no puede haber uno justo detrás de ti justo ahora, o tal vez uno muy pequeño alojado en tu cerebro o en tu menisco, quizá cientos ¿Pero sabes qué? Si uno ha de preocuparse por los osos hormigueros también tendría que hacerlo por la recogida de basura y a nadie le gusta tratar con todo eso. Y no les culpo, a mí también me gusta pensar que soy hijo del viento y los ríos criado por árboles y ovejas y lobos, con el mismo fuego aquí en el pecho que el que hace arder el Sol, y cuando pienso estas cosas me olvido de todos los osos hormigueros o baobabs que puedan estar flotando o creciendo por ahí y se me pone una sonrisa joroschó.

9.11.13

Medice cura te ipsum.

“Mañana cambiaré un poco más mi vida”. Eso mismo me suelo decir a menudo justo antes de meterme en el saco de dormir pero, maldita sea, siempre suena la misma canción cuando el sol se despierta entre las ramas y se me cuela por la ventana, la marmota  ve su sombra entonces y todo vuelve a empezar. Creo que fue por aquella vez que subestimé al Tiempo. Se ofende con facilidad, pues es muy orgulloso, dicen que todo gira en torno a él. Y yo… yo ahora estoy en la hora del té y no puedo cambiar más que de sitio o de taza de vez en cuando. Si acaso también de cucharilla.

Diez dedos tenemos en las manos así como en los pies, dos ojos bien brillantes justo aquí, estos dos agujeros son para respirar y con esto de aquí puedo hablar, besar y comer. Y sonreír. Mira estas dos orejas, una a cada lado, hermanas desconocidas que nunca se oirán la una a la otra, que viven estereoscópicas vidas paralelas como en otra dimensión, ¡cuánto me gustan las orejas joroschó!

Sin embargo, ¿hasta qué punto prestamos verdadera atención a todos estos apéndices sensibles? Sabemos prácticamente todo acerca del funcionamiento de la maquinaria del cuerpo, incluso los combustibles necesarios para su cuidado y rendimiento, pero no consigo adivinar quién es el conductor.

O tal vez sólo sea uno de esos momentos en la vida en los que te sientes algo perdido, aún viendo el camino más o menos bien entre la bruma y estando tranquilo. Ya sabes, cuando te da por pensar un poco y mirarlo todo desde arriba. Este capítulo se titularía: Desinflando globos.

Subrayaría lo de “Desinflando”, que no es lo mismo que “Reventando” o “Pinchando”. Pienso que a veces hay que ir desinflándose a uno mismo para poder purgar los malos humos que se hayan podido colar por el camino. Después sólo hay que volver a llenarse los pulmones de aire y levitar atándose largo al suelo y respirar, y eso es fácil. Claro que antes hay que colgar los globos en el tendedero con unas cuantas pinzas un par de días. Yo suelo aprovechar para ponerme los calcetines gordos y leer un poco. Si acaso dar un paseo antes de comer y otro por la tarde, cuando vuelan los pájaros.

Lo difícil de todo esto es que al principio el ritmo no acompaña o no sé o no sabemos cogerlo. ¡No hay tiempo, no hay tiempo! Y estoy de aquí para allá y no me quedan más que las horas en las que se confunde lo tardío con lo temprano  para sentarme justo aquí y descansar un poco. Cosas por el estilo. Como pararme a pensar en mi procrastinación y en el miedo a convertir todo lo que he estado soñando y tejiendo y enredando desde hace ya bastantes lunas en un puñado de papeles sin vida. Así de raros somos los monos desnudos, como este disparate que tengo en el corazón.

Ahora es cuando yo escribo: “Mañana cambiaré un poco más mi vida”. Y así cierro el círculo como aquello del eterno retorno y termino la página con la enigmática elegancia de un oso hormiguero con pajarita. Pero creo que he aprendido a aprender de mis propias palabras, y con éstas en concreto he aprendido que estaba equivocado desde la primera premisa.

Hoy cambiaré un poco más mi vida.