Camino de
vuelta paramos en una estación de servicio cerca de Dallas. Chasc dijo: Huevo.
Y yo pedí un par de cervezas y unas patatas con ali-oli. Masticamos las papas a
gusto mientras el sol se levantaba entre Cuenca y Albacete, y apoyamos sendos
codos en la barra metálica mientras digeríamos los tubérculos y bebíamos la
cerveza, limpiándonos de vez en cuando con esas servilletas horribles que se
ponen pringosas y te raspan las aletas de la nariz al sonarte los mocos.
Después yo quise pedir otra ronda de birras, pero Chasc levantó el dedo
mientras bajaba la mirada con sonrisa descarada para pedirse un bourbon, así
que yo pedí otro. Qué menos, pensé, que sumergirse tranquilamente en un
sosegado oasis añejo de barrica de roble. Aún queda mucho viaje de regreso, nos
dijimos los dos para nuestros adentros, más vale que disfrutemos de este trago.
—¿Has mirado la presión de las ruedas? —le dije yo después de un rato. —Están
bien seguro, además no las voy a necesitar para cruzar el charco hasta la Pampa
—contestó mientras intentaba pinchar con un palillo la última patatilla, tan
pequeña que resultaba imposible de pinchar. Por poco me atraganto dando otro
trago a mi copa de desayuno, pues apenas lo empecé vi por el rabillo del ojo
que Chasc hacía exactamente lo mismo, e intenté tragarme una carcajada empapada
en bourbon, pero no funcionó. La Tierra gira despacio, pensé entonces, las
nubes también lo hacen, incluso las estrellas, todo a su manera, pero despacio,
y yo no sé porque tantas veces espoleo mi trasero para darme prisa por
cualquier cosa, si lo que en verdad me gustaría es ser tierra, nube y estrella.
Chasc dijo: Atún. Y se pidió un montadito, yo unas aceitunas. Terminé de roer
el tercer hueso cuando Chasc me preguntó por la basura. —¿A qué te refieres?
—respondí yo— La saqué antes de irnos. Y le dibujé una bolsa de basura con
cenefas de tinta azul para ilustrar el mal olor y un par de moscas
revoloteando, todo en una servilleta, servillage
(o Sir Village). Me gusta tanto el sonido de las cucharillas con las tazas, el bufido
de la cafetera y el parloteo o bullicio general de una estación de servicio
cualquiera. Tal vez luego compre algo de recuerdo de esta carretera
polvorienta, o quizás unas pastas. —Veintitrés puñaladas —dijo Chasc de
soslayo— Una por cada vela que se apaga y se me arrugan las comisuras de los
párpados. —No te eches tierra encima aún —musité— y tómate otra copa, piensa en
todo el camino que nos queda de vuelta, hay que estar despiertos ¿Has visto
todas esas señales que hay en la carretera? Eso que dicen los viejos: un ojo en
el horizonte, otro en el camino y otro más en el pie.
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