(…) No siempre reina el silencio en mi oscura y húmeda
celda, a veces oigo el tren a lo lejos, lejos de estas paredes olvidadas por el
sol. Está doblando la curva ahora y silba soltando bocanadas de vapor entre las
chispas de los raíles y el humo de las máquinas manchadas de aceite y hollín.
Silba y pasa con su incansable percusión, llevándose consigo el tiempo hacia
San Antone, mientras yo sigo aquí. (…) —Mamá te lo dijo, Ray, no juegues con
pistolas, Ray, sé un buen chico. ¿Has sido un buen chico, Ray? ¿Qué ocurrió en
Reno? —Disparé a un hombre sólo por verlo morir, y cuando el último aliento
salió de su pecho por la boca y el agujero de bala me deshice en llanto como un
niño. (…) Apuesto a que el tren a San
Antone tiene un vagón restaurante lleno de gordos ricachones bebiendo café, derramándoselo
por sus blancas camisas, fumando buenos habanos. Una, dos, tres, cuatro son las
paredes que me atrapan, sin olvidarse del techo que me cubre y el suelo que me
mantiene. No voy a ser libre. Pero todo lo demás ahí fuera está en ese tren,
rumbo a San Antone. Eso es lo que me tortura.
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