—El último
mono se bajó de la rama y enseguida tuvo que erguirse para poder ver como antes
¿Para qué bajó entonces?
—Muchacho, yo
creo que deberías dejar de pensar tanto o empezar a pensar bien, si no se te
hará un nudo en el ovillo de la quijotera que quizás no se pueda arreglar ni
con los dientes. El último mono bajó de la rama para ir a buscar otra, todo el
mundo lo sabe. Todos los últimos de cualquier cosa lo son precisamente por eso.
Erguirse sólo es una forma más de aprender, y de eso estábamos hablando desde
el principio.
—Ya… Eh… Sí,
tienes razón, claro. Perdóname, es que estoy que no estoy.
—¿Te apetece
un café?
—No, gracias.
—Bueno, si me
disculpas un momento, iré a servirme uno.
—Claro, por
supuesto.
(...)
—¿Sabes? Otra
vez he vuelto a perder mi rama, quiero decir, sé en qué rama estoy y más o
menos en qué luna vivo, pero los árboles que veo a lo lejos parecen grises y
desnudos desde aquí, también floridos pero de una forma transparente desde
aquí. Es difícil de explicar.
—Y otra vez te
vas por las ramas. Niño, niñito, aprende a escuchar al río que siempre está
donde estuvo y estará y así fluye y susurra. Es en el agua donde la vida
prospera y no en esas ramas que buscan subir y subir hasta que el sol derrite
sus hojas de cera. ¿Seguro que no quieres un café?
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