a Jerry García.
Pasaba los días acumulando sueños, inspirándome con mis
propias aspiraciones, testigo del transcurrir con caparazón redondo y pies de
quelonio.
Pulsé un botón que me sacudió levemente el índice de un
chispazo y la pantalla se puso en standby, la tierra tragóseme, y desde entonces
introduzco un boleto en el torniquete que la hace girar, y así voy y así vuelvo,
cuando me escupe.
Por el camino vi cómo del teléfono de una muchacha salían
unas garras negras y transparentes que se hincaban en su nuca y tiraban hacía
sí de la cabeza solazada. Y pensé que algún día tendremos dos pares de pulgares
y serán los aparatos los que jueguen con nosotros.
Se adivina la acera entre la basura, y entre los bosques de
corbatas me percibo como un paria y me zambullo en una sonrisa que va flotando
por encima de los semáforos, y las parabólicas y, entre comillas, estoy en
casa.
Paladines de la tristeza visten ojeras por armadura, y el
único paisaje que se vislumbra por la ventana es el propio reflejo del interior
del tubo, y las pupilas se esquivan como polos idénticos. Y me disfrazo de un
único grano de arena que en un desierto se vuelve nada.
Café y canhaba para las mañanas con el redondo rubio
colándose a través de las cortinas. Yo sólo me entretengo intentando ver qué
tengo en el tenedor y sólo sé que no estoy aquí para gustarte a ti, así que
fluyo.
Me voy al traste y me encuentro entre las cuerdas, coma, las
teclas, las letras, las notas, punto. Me acuerdo de las cosas por el olfato y
con tanto humo no sé si fue ayer o será cuándo.
La vida se sucede y nos damos cuenta y nos anestesiamos y al
final uno se encuentra cómodo siendo un punto en perfecta autocomplacencia,
feliz ciega y sosegadamente. Y cuando toca salir a respirar, nos vemos
maravillados por la luz de la superficie como si aquello no fuera lo real y se
tratara más bien de un sueño.
Y es que la realidad no la dictan las palabras, sino los
hechos. Y pensando de más, pasa lo de siempre, y lo demás lo traemos porque lo hemos
cogido en el laberinto que construimos y ahí mismo nos perdimos por tener muy
corto el hilo.
Olvidé los globos de colores, las burbujas, los olores.
Olvidé los ronquidos de dragones, las piedras rebotando en el río, la leña
ardiendo de noche, el zumbido de los mosquitos. Olvidé el dormir despierto y el
soñar contigo.
Pero tengo una amapola, y un pez bajo el ombligo. Tengo
también un colibrí que liba por mí y pulula en espiral por mis pupilas y entre
los otros. Tengo que escribirlo. Traigo un rostro roto por cada nuevo descosido
y está todo en garabatos en cuadernos y si lo leo me voy conmigo.
Suelto una lágrima y sonrío. Y me digo que nos hacemos
viejos, amigo, que vamos por buen camino. Que el hogar está donde está el trasero,
y que siempre nos tendremos, aunque el suelo no sea el mismo.
Brandon Dover |
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