12.11.16

La Torre (Acto II, Escenas IX, X, XI).

ESCENA NOVENA

El CHORRO MUSICAL sigue manando ininterrumpidamente. Alguien golpea la puerta, varias veces.

QUÍDAM
                ¡Ocupado!

Esto provoca un clinamen que desvía la trayectoria de la micción hasta más allá de los confines del urinario, resultando un resplandeciente charco de oropel en el suelo.

QUÍDAM
Como iba diciendo, yo no entiendo una palabra de otra lengua, ni qué decir de las mal escritas; si acaso, me manejo con algún dialecto endémico y un lontico de lundonita, poco más. Apenas comprendo a los que comparten mi idioma y me armo jaleos indecorosos hasta para pronunciar correctamente mi propio nombre; no te imaginas lo que me supone el pronunciarlo siquiera. Aquella nota no estaba compuesta más que por unas pocas palabras contadas. ¿Para qué? Digo yo, ¿qué clase de mente garabatea una frase en un pedazo de papel y la confía a los peces para que estos hagan la vez de heraldo? Me imaginé a esa suerte de náufrago, sentado en su banco de arena a la sombra de la única palmera que decidiera germinar tan lejos de todo, en medio de una laguna recóndita. Lo dibujé delgado y desgreñado, con los pantalones rasgados convertidos en un fantástico mini short, y sendos xilófonos de tuétano marcados en los costados. Atada con un cordel, detrás de las orejas, le puse la cara fea de mi antiguo profesor de historia, a quien siempre deseé una desgracia parecida, y, además, le imaginé también la compañía inconmensurable de su solitud. Discurrí largo y tendido acerca de lo que un personaje así podría dejar escrito en el fondo de una botella. Tal vez sólo quería despedirse, o quizá confesar un crimen que anduviera atormentándolo a cada pestañeo. A lo mejor escribía a su madre querida, o a una amante abandonada, sólo para decir que no se preocuparan, que estaba bien. O incluso podría tratarse de un mensaje para las algas, preguntando que qué tal, yo que sé; es increíble la de cosas que se le pueden ocurrir a uno cuando está lo suficientemente aburrido.  Así que, como no lograba descifrar aquella frase maldita, decidí llevársela a la señora Levono, para que me extirpara la intriga de entre detrás de las muelas.
Alguien golpea la puerta, no una, sino tres veces.



ESCENA DÉCIMA

BOSSE-DE-NAGE desciende planeando gracias a la piel de sus sobacos, dada de sí tras décadas rascándose las liendres. Aterriza sobre una anciana que, sencillamente, pasaba por allí, y le devora las dos rodillas de un solo bocado. Se sienta junto a la agonizante y se limpia los dientes con un ligamento mordisqueado mientras eructa esquirlas de menisco y jugo sinovial. Un ómnibus amarillo pus se detiene junto a ambos y de él se apea una estudiante de mirada triste, un mimo sin maquillar, un buzo de tez púrpura, un bol de boniato malvado en escabeche, medio alfabeto cirílico y el obispo de los ánades; todos en chancletas. BOSSE-DE-NAGE sube al vehículo y entrega dos monedas ensangrentadas al chófer: una por el boleto, y la otra por las molestias.

CHÓFER
¿Es que no has visto el cartel? Aquí no se admiten cercopitécidos de ninguna rama. Anda y lárgate con tu sucio dinero y agarra un taxi, que no tengo toda la tarde.
BOSSE-DE-NAGE
                ¡Ha ha!

De un tortazo, BOSSE-DE-NAGE le salta los dientes al chófer y lo arroja por la ventanilla, sustituyéndolo al volante y pisando el acelerador a fondo con la adherencia plana de su pie. A toda velocidad, los pasajeros gritan trivialidades como “¡Auxilio!”, “¡Socorro!” o “¡Qué alguien detenga a ese cinocéfalo enloquecido!”, mientras BOSSE-DE-NAGE ríe tautológicamente y un panel giroscópico al fondo muestra en bucle el mismo paisaje de frisonas paciendo en un campo verde perro.



ESCENA UNDÉCIMA

POLICARPO mantiene en silencio una conversación invisible con las manchas de su delantal beige. Apenas se aprecia, pero si uno se fija bien, percibe que ha perdido el botón de uno de los puños de su camisa, precisamente el izquierdo, el del sacacorchos. Tal vez esto pueda parecer una nimiedad y, ciertamente, lo es; pero, para POLICARPO, ese botón era su cosa. Y otra más que se va para no volver, dejándolo solo y atrofiado. No hay más que mirarlo, triste; se ve en sus ojos.
La puerta se abre, chirría, se queja el quicio. Bajo el dintel se aparece de nuevo el DOCTOR ORANGJO, con un aspecto aún más ebrio y desaliñado y, además, sangrando por los oídos.

DOCTOR ORANGJO
Definitivamente, eran demasiadas. Creo que voy a intentar un zigurat la próxima vez. Poli, hazme el favor, a partir de ahora, guarda las botellas vacías para que pueda levantar una cúpula con ellas donde nadie nos moleste ¡Maldita sea, esa es la solución! No la cúpula, olvida la cúpula, no hablo de eso ¡Una ballesta! Un dardo certero por la ranura; así despejaremos el puto baño. Tendremos que improvisar algo con lo que encontremos por aquí… ¿Tienes una goma elástica? Cualquier cosa servirá. Y si embadurnamos el proyectil en arak, neutralizaremos a ese meón acéfalo de una vez por todas. Al menos por un rato. Tú ve a por el anisado, que yo iré preparando las saetas.
POLICARPO
                En serio, doctor ¿Qué tiene?
DOCTOR ORANGJO
Me diagnostico mal gen y piuria. No doy con la panacea que revierta mi abulia en dulzona ataraxia. Ahora pretendo demoler esto que construí y desembocar en el pragmatismo más bruto. Soy un suicida estético.
POLICARPO
Más bien un beodo estático. Un dipsómano febril. No haces más que beber y quejarte. Planeas locas aventuras y tú mismo las desbaratas pidiendo otra cerveza que te aguante los lamentos. Eres un desgraciado, un borracho y un miserable. Y si te digo todo esto es porque estoy seguro de que mañana, cuando estés arrodillado frente al retrete, quitándote los restos de vómito de entre la barba, no recordarás ni una palabra. Y volverás aquí como un péndulo para pedirme otra cerveza más.

ORANGJO calla. La Poderosa, medio vacía, se yergue frente a él como un vértice geodésico distante. Una de sus pupilas, errabunda, indaga el dorso de su muñeca. La otra, volcada hacia el encéfalo, no insinúa más que lo que puedan sugerir los enrevesados surcos carmesí de la esclerótica. La luz artificial, entretanto, parpadea.

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