ACTO TERCERO
ESCENA DUODÉCIMA
Un QUÍDAM embebido esculpe en el aire una cariátide
dorada con el extremo de su protuberancia genital.
La
sinfonía de orina, a la que conocemos humildemente como CHORRO
MUSICAL, actúa como una falacia de oyente
o receptor, cuando, de lo que en realidad se trata es, simplemente, de una
secreción líquida desterrada por los riñones en forma de orín como resultado
del jodido depurado de la sangre. Todo el mundo sabe que a un quídam cualquiera
no le filtran las nefronas.
Habían toctoctocado
la puerta.
QUÍDAM
¡Ocupado!
Nadie
responde.
QUÍDAM
¡Cuánta impertinencia! ¿Por dónde iba?
La señora Levono sirvió sangría de sandía y una shisha de Shangri-La y le
enseñé el palimpsesto. La botella la dejé en casa, de recuerdo, encima del televisor.
La vieja se fue a otro lado a hacer puñetas y no carraspeó nada al respecto.
Pensé: ¡Caramba, que maldita! Fumé cumulonimbos y me exasperé en mi ignorancia
como una sabandija en salmuera. ¡Sacadme de esta puta isla! —grité para mí—. Y,
para mí, que era justo eso lo que decía.
El CHORRO
MUSICAL templa sus armónicos como
preconizando una tempestad, mas no detiene su rubio caudal, y sigue manando
sin pausa.
QUÍDAM
¿Y ahora qué
pasa, eh?
Algo
aporrea la puerta con un estrépito feroz.
ESCENA DECIMATERCIA
PANMUPHLE, soliloquio
(…) Y es
por esa razón, que el revestimiento debe estar fabricado a prueba de llamaradas
e insultos. Por supuesto, esta capa ignífuga y aséptica también irá por el
interior, cubriéndolo todo. Una buena columna es esencial para mantenerse
erguido. Pero hay que estar alerta. En una cofa de pantomima dispondré un
muflón, con una flauta, que golpeará, no una, sino tres veces, una diminuta
portezuela azur en cuanto divise cualquier zarigüeya o algún cinocéfalo papión
que anduviera merodeando. Se izará entonces el pabellón de la gran panza y
descuartizaremos a los enemigos a cañonazos.
PANMUPHLE es iluminado desde
el nadir y luce como la sombra de un monolito. Enseguida la basa se arquea y se
transfigura en sendas jambas satíricas. Las volutas del capitel se rizan sobre
sí mismas como la grande Gidouille calcificada en cornadura, y en los párpados
ojos de PANMUPHLE unas pálidas
pupilas de alabastro.
Por
megafonía, un ruido blanco.
ESCENA DECIMACUARTA
Una caja
de fósforos de cerumen juega el papel de ómnibus amarillo pus sobre un mapa de
carreteras. Ésta se ve amplificada por medio de una lente ciclópea y
desproporcionada entre el koilon y la skené. La cajabús atraviesa el plano con
una celeridad desquiciada y una trayectoria brownoidea dirigida por un
filamento elástico y translúcido. A través de unas perforaciones en la lija,
hechas a propósito para emular el ventanal, se puede observar un manojo de
cerillas carbonizadas que otrora fueran sencillos pasajeros, y, en la proa, a BOSSE-DE-NAGE
con un pie al timón, otro al pedal, otro
a la ingle y otro al sobaco, eructando gas tóxico, y segregando una enjundia
deletérea por los muñones de su abdomen a tercios pelado. Todo esto a escala.
En un
punto topográfico azaroso, BOSSE-DE-NAGE detiene el bajel de cartón y se encarama a los hombros de un FIGURANTE
DISFRAZADO DE ARBUSTO, al que desfigura
el rostro de acné con sus zarpas. Se sobreentiende que el mono papión, menos
cino que hidrocéfalo y menos inteligente, solamente busca una rama en la que
dormitar para hacer la digestión.
BOSSE-DE-NAGE, bostezando
¡Ha
ha!
Efectivamente,
BOSSE-DE-NAGE se sumerge en una siesta de dieciséis
horas, dieciséis, nada menos, y mecido por el viento. Acto seguido, se
despereza gorjeando y, de un solo muerdo, engulle las bayas del FIGURANTE
DISFRAZADO DE ARBUSTO. Finalmente, embiste
el cadáver con el ómnibus amarillo pus—caja de fósforos de cerumen, de catorce
toneladas, dejando un amasijo sanguinolento, capón y aplanado bajo las huellas azabache
de los neumáticos. El filamento translúcido se tensa entonces, y el autocarro
acartonado sale despedido como un obús, furthur, fuera de marco, más allá del
tablero.
ESCENA DECIMAQUINTA
POLICARPO rompe el silencio dejando una Poderosa ante las narices del DOCTOR
ORANGJO, decaído y flemático.
POLICARPO
Es la última.
Luego a dormirla.
El DOCTOR
ORANGJO sorbe un poco de cerveza con sus
labios enjutos ocultos por la maraña cobriza de su rostro. Suspira y da otro
trago corto. Se mira el regazo. ¿Qué hace?
DOCTOR
ORANGJO
Siempre quise conducir el salchichamóvil de
Oscar Mayer. Desde bien pequeño. Ahora soy viejo y gordo y nunca estoy de humor
y me duele la cabeza y me apesta el aliento. Yo sólo quería dar un par de
vueltas a la manzana montado en aquella Bratwurst de seiscientos caballos. ¿Y
cuándo me torcí? ¡Ja! En algún lugar debí dejar una primera piedra olvidatada y
desde entonces, como un Sísifo taheño y distraído, voy perdiendo guijarros por
la pendiente y aquí están, todos ellos, acumulados como un mojón enhiesto en plena
sesera.
POLICARPO
Deja de
torturarte, Cenoura, y búscate una novia.
DOCTOR
ORANGJO
Ay, mi
querida Piletina, ¡cuánto la añoro!
POLICARPO
¿Murió?
DOCTOR
ORANGJO
No; sólo éramos
unos niños, en un palacio imaginario de mi cabeza.
POLICARPO
retira la Poderosa vacía y la guarda bajo
la barra, en un rincón reservado. Saca un paquete de Gamile de su delantal y ofrece un cancrillo al doctor. Los dos fuman en silencio y los cirros
de tabaco forman turbulencias a merced del ventilador del techo. Al rato, el DOCTOR
ORANGJO agarra su media chaqueta y se va,
dejando una nube de humo tras de sí, y una obesa y reiterada cuenta a deber.
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