14.11.16

La Torre (Acto III; Escena Última).

ESCENA ÚLTIMA

Hora crepuscular. POLICARPO barre ante sí, sin mirar al suelo. Un moscardón redondo se pasea alrededor y únicamente se oye el fastidioso zumbido de éste y el rasgar de la escoba contra el piso. Una lágrima cae sobre el polvo, esto es apenas perceptible, y enseguida es apartada junto al resto de miasmas y deshechos. Al rato, un ruido de motor, de fondo, acalla el taciturno murmullo de las paredes.

POLICARPO
                ¡Mierdra!

El ómnibus amarillo pus, de dimensiones restituidas, irrumpe en El Diapasón con un estruendo terrible y se estrella contra la barra destrozando todo cuanto encuentra a su paso. BOSSE-DE-NAGE emerge colérico de entre las ruinas del fuselaje.

BOSSE-DE-NAGE
¡Ha ha!

El mandril, enajenado por el impacto y por costumbre, arrebata la escoba a POLICARPO de un zarpazo frenético y la ensarta en la glotis del tabernero, por el mango hasta las espigas, que asoman por la boca de éste, en una mueca grotesca. Las botellas del estante observan el suceso maravilladas, como las torres del momento. El macaco usurpa la ginebra y se la lleva a las fauces. Ríe de nuevo, y un terceto de coces retumba en rededor.

QUÍDAM, desde el otro lado
                ¡Ocupado!

Oculto tras las barbacanas, PANMUPHLE acciona una palanca de hueso sintético y son disparados los cañones en el mismo instante en el que el DOCTOR ORANGJO, abombado y descolorido, aparece por la desgañitada puerta con semblante de circunstancia.

DOCTOR ORANGJO
                ¡Olvidé el maletín!

Un proyectil despedaza al doctor con un susurro, dejando sólo los zapatos humeantes. BOSSE-DE-NAGE se acicala el tupé del orificio con una de sus tumorosas garras y sonríe al auditorio mostrando una interminable y sarrosa hilera de colmillos ennegrecidos. A partir de entonces, la siguiente secuencia se representa a ralentí mediante un curioso medicamento que es emanado por el sistema de ventilación, preparado expresamente para cada función, cuyos efectos duran exactamente lo que dura dicha secuencia; dice así:

   El fétido macaco cinocéfalo papión emite un prolongado y gutural “¡Haaa haaa!”, todo hediondo y cubierto de una pasta ocre de lo más desagradable, y cruza el bar con las zancadas que uno daría si se diera un paseo por el planeta enano Ceres, esquivando los asteroides por medio de cabriolas y acrobacias dignas de los más agilísimos gibones de las junglas de Borneo. Tras el plomo rotundo que surca la atmósfera se dibujan estelas de carbón, azufre y nitrato de potasio, quasi comme un inferno, mas ninguna alcanza al primate; el cual era, al fin y al cabo, su único objetivo.

BOSSE-DE-NAGE se llega a la puerta del servicio y la aporrea ferozmente. Al envés, un QUÍDAM fastidiado de veras, responde con vehemencia que deje de molestar, que está ocupado. Más o menos en ese instante, con tremenda barahúnda, otra bala perdida abre un butrón en la puerta que no aniquila al fontanero, pero apenas por los pelos. Tampoco dañó al primate, por cierto, pues fue engendrado provisto de un octavo sentido arácnido. Enseguida, BOSSE-DE-NAGE golpea al QUÍDAM en el cráneo con la botella de ginebra, que no es de vidrio, sino de cuarzo, y suena un GONG y, al caer inconsciente el pusilánime, girando sobre sí mismo cual peonza, con un chichón con la figura de una banana lanuda en la cocorota, El CHORRO MUSICAL traza una parábola en diagonal que da de lleno en el hocico del cinocéfalo, con tal presión e impresión, que éste sale despedido por los aires para acabar hecho rodajas, atrapado por las aspas del ventilador del techo y, definitivamente, muriendo para siempre.


A modo de epílogo, el pis anega el tablado y las butacas se manchan con su giste. Entretanto, el telón granate mate desciende a trompicones, pero elegante, como una guillotina de terciopelo. Quien se fije, tal vez podrá ver a un tramoyista con osamenta de cabra, agazapado, manipulando en silencio las cuerdas con sus retorcidos dedos desde el torreón. El resto, en cambio, sólo verá el opaco y encarnado reverso de sus párpados, poco más.

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