ACTO SEGUNDO
ESCENA SEXTA
Un DOCTOR
ORANGJO borracho y macilento concreta el
culo de una Poderosa y aparta el casco junto a los demás, de número irrazonable.
Lleva rato callado, sumido en ideas vagas que renquean por sus laderas
lobulares mientras se atusa la barba ígnea con las uñas sucias y la mirada
trasojada. POLICARPO le ofrece su
perfil, ofuscado por la gelatinosa tirantez del silencio que los empapa.
DOCTOR
ORANGJO
Sácame
otra birra, Poli, quiero hacer una torre con todas esas botellas.
POLICARPO, sirve la Poderosa
Ya conoces las normas; nada de torres
en mi local.
DOCTOR
ORANGJO
Vale, vale. La
edificaré ahí afuera, a la intemperie, junto al frío.
El DOCTOR
ORANGJO se aleja de la barra, torcido, y
enfila sus entorpecidas rodillas hacia el retrete. Golpea la puerta, varias
veces.
QUÍDAM, desde el otro lado
¡Ocupado!
DOCTOR
ORANGJO
¡Hay que ver! Juraría que fui el primero en
llegar y no recuerdo ver a nadie más entrando en este antro.
POLICARPO
Es ese
quídam bastardo, con su Chorro Musical. Lleva ahí encerrado desde el martes.
DOCTOR
ORANGJO
Pues habrá
que hacer algo, vamos, digo yo.
POLICARPO calla. Hace años
que calza un catéter en la uretra que se filtra directo al barril de cerveza
para turistas y apenas recuerda el hedor de una letrina. Y, por lo que respecta
al quídam, le desea en silencio la más malévola de las sífilis. Esta fantasía
se ve representada sobre su quijotera pensante por medio de una marioneta
anodina con forma de quídam siendo atormentada por serpentinas pálidas
interpretando a las espiroquetas.
ESCENA SÉPTIMA
PANMUPHLE, soliloquio
(…) Una vez dentro, organizaré todos
los documentos alrededor de la escalera logarítmica de mi invención por orden
de irrelevancia y, en el fondo, un reloj de partículas que señale los ratos y
los momentos. Colgando de lo alto, dispondré mi colección de crustáceos y
únicamente permitiré la entrada de un rayo de sol durante el día y de otro rayo
de luna por la noche; ambos por el mismo óculo horadado en el muro, cerca de la
cima. Por ahí me asomaré cuando el cielo esté despejado para otear el panorama
en busca de un derrotero por el que escapar. A la izquierda irán las plantas,
los hongos y las algas marinas, a la otra izquierda irán los animales y los
peces y algunos virus; y en medio de todo, incluso a la derecha, el resto de
minerales y bacilos. Todo esto sobre unos cimientos giratorios que roten a
razón de una revolución cada fin de semana y otras tres semifusas en lo que
dura un hunyadi.
ESCENA OCTAVA
En una
celda de la torre, BOSSE-DE-NAGE gimotea, amordazado con unas bragas de abuela y rodeado por seis bolas
de plomo con cadenas ensartadas en sus tres pares de pezones. El TAXIDERMISTA
le toma las medidas con un tendón de
cervicabra mientras silbaturrea My favorite things con una mueca descompuesta
en la mandíbula y un rubor homicida en la coroides.
TAXIDERMISTA
Lo bueno de los papiones es que tenéis un
trasero ideal para empezar a desollar. Apenas se aprecian luego los cortes, si
se hace un buen trabajo. Y yo soy el mejor, ya lo creo que sí. Te despojaré de
tu pellejo en un santiamén con dos o tres movimientos de escalpelo y no podrás
evitar mirar cómo visto con él a ese montón de paja; porque no tendrás párpados
que cerrar. Lo remendaré todo con una cremallera y a ti te dejaré que te mueras
de hambre y sed ahí arriba, en la almena.
Profiere entonces una carcajada maléfica y, por
increíble coincidencia, un relámpago ilumina la escena seguido de una
atronadora pedorreta. BOSSE-DE-NAGE aprovecha la confusión para libertarse de sus cadenas sesgando sus
pezones de cuajo. Se abalanza sobre el TAXIDERMISTA escupiendo un terrible y prolongado “¡Ha haaa!” y, de una dentellada
transversal, le desgarra el cuello en dos espantosas heridas. Defeca en cada
una de ellas, y en la boca de la cabeza autónoma y por las paredes, y huye
despavorido saltando por la ventana mientras hemorragias en aspersión emanan de
sus pezones desmembrados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario