«El desierto es
un entorno de revelaciones, un lugar de una genética y una psicología extrañas,
de una sensorialidad austera, con una estética abstracta y una historia cargada
de hostilidad […]. Sus formas son
audaces, incitantes. La mente queda presa de la luz, el espacio, la
originalidad cinestética de la aridez, las altas temperaturas y el viento. El
cielo del desierto es envolvente, majestuoso y terrible. En otros hábitats, la
línea del horizonte se quiebra o se oscurece; en el desierto se funde con la
bóveda que está sobre nuestras cabezas, infinitamente más vasta que la que se
divisa en las grandes extensiones donde se despliegan campos y bosques […]. En
este cielo panorámico, las nubes parecen más compactas y a veces la concavidad
de su parte inferior refleja con magnificencia la curvatura del globo
terráqueo. La angularidad de las formas terrestres del desierto confiere una
arquitectura monumental a las nubes tanto como al mismo relieve […]. Es al
desierto adonde se dirigen los profetas y los ermitaños, adonde van los
peregrinos y exiliados. Es en él que los líderes de las grandes religiones han
buscado los valores terapéuticos y espirituales del retiro, no para escapar de
la realidad, sino para descubrirla».
Paul Shepard, Man in the Landscape:
a Historic View of the Esthetics of Nature.
George Hunter |
1 comentario:
Cuando retrocedes en el tiempo, vuelves a ser niño. Regalarle un viaje de esos, en el que ni siquiera existen los horizontes, es más hermoso incluso que ver flores en mitad de una corriente de agua, más hermoso que hacer ondas, más hermoso incluso que regalar una palabra.
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