Solventé
quedarme un rato más en la cama, y de veras disfruté aquellos escasos minutos
estirados por la parsimonia del sueño leve al tiempo que el sol me acariciaba
la frente de cuajo y el viento que se filtraba por las ventanas averiadas
rozaba mi desordenada cabellera desplumada otra vez por el cogote, pero no
tardé en desperezarme del todo y ponerme algo de ropa seca para salir a
desayunar algo antes de presentarme en el Teatro Mágico para mi primer día de
trabajo.
Las calles
parecían todas distintas, como desordenadas, pero todo seguía en el mismo
sitio. Lo achaqué a imaginaciones mías a causa de mi sueño, y seguí paseando
mientras silbaba como una alondra o un jilguero o algo así.
Después de
revolotear a través de unas cuantas manzanas, di con una pequeña cafetería, el
Café Telepático, donde ofrecían un menú de “tortitas de tus cosas favoritas”
por solo tres dracmas, y como siempre he sido una persona muy sensible a la
publicidad y me encantan mis cosas favoritas, decidí desayunar ahí.
Me acomodé en
un taburete alto frente a la barra y, después de dar los buenos días, pedí la
carta de tortitas al joven con constelaciones de acné que era el camarero.
—Aquí tiene
—dijo, y sacó de debajo del mostrador un enorme volumen que era una auténtica
enciclopedia de comidas y sabores. Desde el aceite hasta el zumo de cualquier
fruta, pasando por los macarrones y el tocino. Toda clase de platos y postres y
mermeladas. Había hasta tortitas solas.
—¿Quién
demonios pedirá las tortitas solas? —musité, y me decanté por las tortitas de
puerros con bechamel, que no es que fueran mis cosas favoritas, pero sin duda
gustaban a mi apetito.
Me llené bien
el buche y descansé mientras revisaba el Eco de Estagira en busca de alguna
noticia referente al catastrófico tornado de la noche anterior, pero no había
más que malas noticias y un crucigrama que resolví en apenas un minuto, aunque
con palabras improvisadas como jumdirilla
o habbacri, si te inventas las
palabras es más fácil.
Tan pronto
como lo terminé, pagué la cuenta y salí de nuevo a la calle en dirección al
Teatro Mágico. Salté por las aceras como jugando a la rayuela imaginaria o
salvando combas invisibles y en un santiamén llegué al teatro. Pero no fue el
Teatro Mágico lo que encontré. En su lugar estaba un edificio rojo con forma de
boca de incendios: era el parque de bomberos.
Atravesé el umbral de la entrada y no vi más
que a unos cuantos tipos ataviados con chubasqueros ignífugos y cascos
fosforescentes y algunos también con hachas jugando al parchís y a las damas y
a la gallinita ciega… a muchas cosas, pero ninguno con fuego. Uno de ellos se
me acercó al verme entrar.
—¿Ha habido
algún incendio? —preguntó con una voz infantil.
—No —respondí,
contrariado— Esto… no, yo buscaba el Teatro Mágico.
—¿El Teatro
Mágico?
—Sí. Ayer
estaba aquí.
—¿Estaba aquí?
—¡Sí! Ayer
vine aquí y… —empecé a decir, nervioso— hubo un tornado, y los edificios
salieron volando y… una vaca… y parecía un sueño.
—¿Un tornado?
—volvió a preguntar— Aquí sólo nos ocupamos de los incendios y de los gatos que
se quedan atrapados en los árboles.
—Está bien
—contesté, vencido al descalabro.
Eché un último
vistazo a la divertida yincana que los bomberos habían organizado y me fui,
decepcionado como unos olvidados cordones de zapatos por estrenar, aún en su
caja.
—¿Y dónde
demonios estará ahora el Teatro Mágico? —pensé, pues me negaba a aceptar que
hubiera sido fruto de mi imaginación o de un sueño considerablemente vívido.
Aquel sitio existía, estaba seguro.
Caminé sin
rumbo a través de las tímidas horas que apenas se dejaban notar, reviviendo los
acontecimientos de la mañana anterior, cavilando, rumiando cada minúsculo
detalle para determinar si yo, despistado de mí, me habría confundido de calle
o si aquel fantástico lugar con su inconmensurable estantería llena de
cachivaches de veras se había desplazado de su ubicación como consecuencia del
tornado o si tal vez lo soñaría todo como me temía.
No tenía nada
que hacer más que pasear, así que, como el personaje de toda película que
aparece al final de la segunda bobina para salvar el día, decidí dedicarme a
encontrar el Teatro Mágico, pues cuando pierdes cualquier cosa no hay mayor menester
que encontrarla.
1 comentario:
Mataría por un paseo así.
Genial:)
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