6.4.13

Un cordón verde.


         No es que me guste fardar, pero yo también llevo abalorios.
        
  De mi cuello cuelga un cordón de zapatos de color verde atado por los extremos. Puede que ya haya hablado de él alguna vez, antes. Lo llevo desde hace mucho mucho, casi un cuarto de mi vida. Lo curioso es que muchas personas, al conocerme y ver semejante complemento, se sorprendían y me preguntaban el motivo de semejante “locura” esperando una respuesta cuanto menos filosófica. Yo podía hablarles de mi rechazo a la cultura de la moda inculcada en la sociedad como con una aguja hipodérmica gigante o divagar sobre los cánones de apariencia establecidos y cuán fácil sería derribarlos si aceptáramos que podemos ser nosotros mismos y ver la belleza en el interior tanto nuestro como en el de los demás… cosas así. Pero la verdadera historia de mi cordón verde es que un día ayudé a mi mamá a guardar cajas viejas en el trastero y, de casualidad, ella encontró un cordón verde sin pareja, y me lo ofreció como haciendo una inocente broma. Yo me reí, así, y me lo colgué del cuello, y como me hizo gracia, al levantarme al día siguiente y verlo, volví a ponérmelo. Y así. A la gente le cuento esta historia. Bueno, cuando estoy cansado les digo: ¿por qué no? De todas formas creo que muy poca gente lo entiende, pero no importa.

         Ahora mismo quizá esté pasando por una etapa especialmente coqueta, pues le he ido colgando algunas cosas a modo de amuletos. Llevo un clip, un muelle dorado, una chapa de una lata de refresco, un muelle de una pinza, un clip grande a rayas verdes y amarillas y una pinza de madera pintada de rojo y azul y morado y na’masqué que me regaló Color. Pesa un poco, pero creo que me da algo de suerte. O por lo menos una sonrisa joroschó.

Olga Rozanova.

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