No es que me
guste fardar, pero yo también llevo abalorios.
De mi cuello
cuelga un cordón de zapatos de color verde atado por los extremos. Puede que ya
haya hablado de él alguna vez, antes. Lo llevo desde hace mucho mucho, casi un
cuarto de mi vida. Lo curioso es que muchas personas, al conocerme y ver
semejante complemento, se sorprendían y me preguntaban el motivo de semejante
“locura” esperando una respuesta cuanto menos filosófica. Yo podía hablarles de
mi rechazo a la cultura de la moda inculcada en la sociedad como con una aguja
hipodérmica gigante o divagar sobre los cánones de apariencia establecidos y
cuán fácil sería derribarlos si aceptáramos que podemos ser nosotros mismos y
ver la belleza en el interior tanto nuestro como en el de los demás… cosas así.
Pero la verdadera historia de mi cordón verde es que un día ayudé a mi mamá a
guardar cajas viejas en el trastero y, de casualidad, ella encontró un cordón
verde sin pareja, y me lo ofreció como haciendo una inocente broma. Yo me reí,
así, y me lo colgué del cuello, y como me hizo gracia, al levantarme al día
siguiente y verlo, volví a ponérmelo. Y así. A la gente le cuento esta
historia. Bueno, cuando estoy cansado les digo: ¿por qué no? De todas formas
creo que muy poca gente lo entiende, pero no importa.
Ahora mismo
quizá esté pasando por una etapa especialmente coqueta, pues le he ido colgando
algunas cosas a modo de amuletos. Llevo un clip, un muelle dorado, una chapa de
una lata de refresco, un muelle de una pinza, un clip grande a rayas verdes y
amarillas y una pinza de madera pintada de rojo y azul y morado y na’masqué que
me regaló Color. Pesa un poco, pero creo que me da algo de suerte. O por lo
menos una sonrisa joroschó.
Olga Rozanova. |
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